Editorial de Radio Pichincha
Los ministros del Interior y de Relaciones Exteriores, así como el comandante de la Policía, han querido, no sin mucho éxito, lavar la imagen del Gobierno con la captura del teniente Germán Cáceres, autor del asesinato de la joven abogada María Belén Bernal.
Por más esfuerzos que hagan por atribuirse la captura, todo indica que no hubo mayor trabajo policial ecuatoriano para ubicarlo y detenerlo.
¿Cómo se explica el comportamiento del femicida que ni siquiera cambió su apariencia y trabajaba en un bar donde regularmente llegaban turistas ecuatorianos? ¿Acaso tenía la certeza de que sus compañeros de armas no lo estaban buscando o que tenía información certera de que dejaron de hacer las pesquisas para dar con su paradero?
No debería sorprender que el entramado perverso para sepultar un caso vergonzoso, que linda en las fronteras del “Crimen de Estado”, sea utilizado políticamente por Juan Zapata y Juan Carlos Holguín, siguiendo el libreto de su jefe Guillermo Lasso, a quien parece que en los tuits le escriben el modo de evadir las responsabilidades concretas y exigir, como Primer Mandatario, rectificaciones a fondo en el proceder de la Policía Nacional.
Lo que importa ahora es que se haga justicia con María Belén Bernal, que a su madre le brinden toda la información para paliar en algo su dolor, porque no queda claro aún cómo el teniente Cáceres pudo salir con un cadáver de un cuartel policial, si efectivamente lo hizo o tuvo la colaboración de otros uniformados, además de que se conozca a cabalidad cómo es que le permitieron fugar, instalarse en Colombia y gozar de una seguridad para trabajar sin correr riesgo alguno.
Pero también es la oportunidad para asentar y acentuar una pedagogía ética, moral, institucional y política en la Policía Nacional, porque lo de Cáceres no es el único caso grave y lamentable. Hay muchos más. Y por lo mismo debe servir para que la formación policial sea revisada, los procedimientos de control de sus miembros (donde también hay inculpaciones a los llamados narcogenerales) sea estricto y tengamos un servicio a la ciudadanía que no signifique sospecha y miedo.
El femicidio contra María Belén Bernal es también la ocasión para saber cómo se forma a las policías mujeres, qué trato reciben las aspirantes de sus superiores, si no es tan exagerado hablar de un machismo extremo cuando se imponen sus deseos carnales a sus responsabilidades institucionales y procedimientos reglamentarios.
No es un tema menor y por eso se requiere de una exhaustiva revisión de todo eso si en verdad queremos devolverle la confianza ciudadana a la institución que debe velar por nuestra seguridad. Y siendo así, por último, ni los ministros y menos aún el Presidente de la República, pueden tomar el tema como una defensa acrítica, a ultranza, para salvaguardar sus cargos y puestos.
Lo que hicieron en su momento con la Policía de Colombia y la de New York es un punto de referencia que ni siquiera acabó con la institución, sino que la mejoró y valió para dar un salto en la formación, en la gestión y en la actuación policial de esas dos geografías, que sin ser perfectas al menos ya no tienen bajo sospecha a sus mandos y menos aún a sus subalternos, que solo son el espejo de sus generales y, por si fuera poco ahora, de los ministros y Presidente. PUNTO.