Editorial de Radio Pichincha
Muchos actores políticos, mediáticos y hasta académicos se llenan la boca diciendo que el debate de ideas, el intercambio de opiniones, por muy diversas y adversas que sean, contribuyen a vigorizar la democracia, en el pleno sentido de la palabra. No se trata de un “lugar común” que se usa cuando conviene o cuando no afecta a los intereses personales.
Y si los candidatos y candidatas a la Vicepresidencia y Presidencia de la República quieren hacer de la democracia un espacio de disputa de ideas y de propuestas gubernamentales TIENEN LA OBLIGACIÓN DE DEBATIR, DE CRUZAR CON SUS ADVERSARIOS LOS MEJORES Y HASTA LOS MAYORES POSTULADOS DE UNA ORGANIZACIÓN POLÍTICA Y DE LO SUYO EN PARTICULAR Y PERSONAL.
Pero parece que a ciertos candidatos y candidatas no les interesa exponerse. Claro, están prevalidos que el aparato gubernamental que los auspicia y reemplaza su capacidad para exponer sus ideas y las cartas personales para dirigir una nación. Es más, creen que un buen “TikTok” y una granja de trolls les basta para “expandir” su cara, sus gestos, sus músculos y hasta sus trajes y buena “pinta”.
Y, por supuesto, los que terciaron en el debate tienen una oportunidad de captar la atención de los votantes, pero la mayoría de quienes participaron en el encuentro vicepresidencial mostraron no estar preparados para la función principal de un binomio: reemplazar al Presidente o Presidenta.
Salvo dos o tres casos muy contados, que explican además por qué tendrían la preferencia del electorado, la mayoría está en una situación débil y hasta sin mayores méritos para ejercer el cargo. Estas candidatas también mostraron que bien pudieron ser los o las candidatas a la Presidencia en vez de lo que ahora presiden su lista.
Aunque ya resulta reiterativo, ahora es muy difícil sostener debates de profundidad, con un alto nivel académico y filosófico. La mediatización de la política induce a que todo sea un show, que todo se dilucide en menos de un minuto, que el mensaje no pase de treinta segundos. Y, con ello, para mal, ya sabemos que no se racionaliza ninguna democracia, menos aún se asumen decisiones bien informadas y reflexivas.
Por suerte, tenemos todavía la esperanza de que el diálogo familiar contribuya a pensar mejor en la decisión del voto, a no equivocarnos de nuevo y, sobre todo, a entender que una votación signada por la emoción y el estímulo digital no es precisamente la mejor salida para un país sumido en la violencia, en la muerte, en las crisis económica, migratoria y de la institucionalidad democrática.
Ahora viene el debate presidencial y sabremos si efectivamente hemos madurado como sociedad y democracia para procesar lo que allí ocurra y que no sea, otra vez, una exposición de mentiras y de poses que luego, en el ejercicio de gobierno nos revelan al personaje.
Ya nos pasó con Lasso y con Noboa. Que no se repita, pero sobre todo que el electorado madure y entienda de mejor manera lo que implica votar por quién miente con el puro afán de ganar una elección. PUNTO