Editorial de Radio Pichincha
La cita deportiva de París trae una serie de emociones que dan lugar a un conjunto de reflexiones, que van desde lo estrictamente deportivo, pasando por lo cultural y también lo político. Y que nadie dude que un evento de esta magnitud no deja de ser político. Empezando por la designación de la sede, las normas y reglas comerciales dan la pauta de lo que en realidad se disputa.
¿Acaso suspender de la participación a Rusia no es un asunto político? ¿No suspender a Israel no es igual o peor? ¿Sin la participación rusa obtienen más medallas las grandes potencias no es también parte de una estrategia de dominación política desde el campo deportivo?
Incluso, el rendimiento económico de unas olimpiadas no es asunto menor. De plano, también hay una disputa simbólica entre las naciones y sus representantes en las canchas deportivas. Cuando un país como Cuba o Ecuador, por su tamaño geográfico y lo que importan en la geopolítica ganan unas medallas, frente a países mucho más grandes y de proporciones económicas extraordinarias, no es solo una victoria más. Y lo mismo podríamos decir de la cosecha de medallas por regiones del planeta.
Claro, ahora estamos también en medio de la expectativa de lo que pueden hacer nuestros deportistas que han ido sin mayor apoyo estatal, un proceso de planificación ordenada y sustentada económicamente. Ya lo hemos dicho: nuestros atletas ganan porque se la juegan por su cuenta, con su fortaleza moral y deportiva. Son también parte de ese proceso competitivo que les da una sola oportunidad y de lograrla, por fin, hasta pueden comprar una casa para su mamá.
“Mami ya te puedo comprar la casa que te prometí. Soy medallista olímpica” le dijo Yépez a su madre, luego de ganar a su rival alemana este miércoles y con ello disputar hoy la medalla de oro.
¿Cuánto peso tiene esa declaración en un momento donde millones de personas carecen de vivienda propia y conseguir una, para quienes empiezan su vida adulta es casi un sueño irrealizable?
Por supuesto, ahora aparecerán las firmas comerciales a sacarle el mayor provecho al momento, pero son las empresas que no pagan impuestos a tiempo para financiar los centros de alto rendimiento deportivo. Si existiera eso no tendríamos dos o tres medallas, sino equipos completos para disputar, desde nuestro tamaño y economía, con las grandes potencias y ubicarnos en una mejor perspectiva política y cultural.
Reiteramos: los deportistas, a diferencia de nuestros gobernantes, obtienen medallas porque se han preparado, han tenido años de trabajo y de planificación. Una medalla no llega ni cae del cielo, por obra y gracia de una fuerza celestial. Basta ver lo que implica el entrenamiento, la alimentación, la tecnología y todo lo que implica ahora ser un deportista de élite para entender que competir ya no es un asunto de mera suerte o de buena fortuna.
Por eso, hay que ir más allá de aplaudir a nuestros campeones, hay que aprender de ellos para obtener resultados verdaderamente perdurables, simbólico y que movilizan las fibras más íntimas de una nación. PUNTO