Editorial de Radio Pichincha
El pedido de asilo de Mónica Velásquez y Andersson Boscán abre, de nuevo, un debate y una necesaria reflexión del rol que cumplimos los periodistas y medios de comunicación en la democracia, con la información que manejamos, guardamos y publicamos, pero, sobre todo, con la relación que sostenemos con los poderes públicos, financieros, empresariales, entre otros.
Igualmente, vale la pena pensar sobre el supuesto trabajo que hacen algunos que se auto califican de periodistas y supuestamente trabajan en medios de comunicación, que en realidad son portales digitales. Sí, porque estos señores y señoras se han instalado en franco ataque a todo aquel medio o periodista que no se alinea a los intereses de los grupos empresariales y, con dolor hay que decirlo, también con ciertas mafias criminales.
Bajo la premisa de que hay que cuidar el “periodismo libre e independiente”, nos han hecho creer que ellos son los ÚNICOS LIBRES E INDEPENDIENTES. Los demás, para ellos, no son nada. Pero jamás dirán esos supuestos periodistas que no son PARA NADA libres ni independientes cuando dependen de la pauta de bancos, empresas y organizaciones no gubernamentales del extranjero. Mucho menos cuando su oficio está definido por un odio a un partido o movimiento político.
Por eso mismo, ya no podemos seguir hablando sin antes definir algo vital para el propio ejercicio del periodismo y para la salud de la democracia: TRANSPARENTAR de dónde sale la plata, quiénes financian sus sueldos u honorarios.
No solo hablamos de los dineros que entran por contabilidad, sino de aquellos cheques, transferencias o regalos que van directamente a los bolsillos de esos supuestos periodistas, los pasajes que se les paga para los paseos, la custodia y hasta ciertas “distracciones” suntuosas que no registran en sus declaraciones fiscales.
Nosotros, como medio público, somos sujetos de fiscalización y auditoría, además que todas nuestras cuentas están a la mano de todos los ciudadanos. Eso nos hace más “libres” para actuar con las manos limpias, abiertas y sin que nadie nos imponga lo que tenemos que decir o callar.
Pero, sobre todo, aquí hay un asunto de fondo: una transparencia total hace más auténtica la línea editorial, para que las audiencias sepan de dónde y por qué se publican determinadas noticias, editoriales o reportajes.
De ahí que Boscán tiene la obligación de contar por qué dejó de publicar ciertas cosas y otras las entregó por partes. Eso no quiere decir para nada que dudemos de la persecución de la que es víctima. Todo lo contrario. Pero ahora que está a salvo en Canadá tiene más libertad para contarnos todo lo que sabe, de quién recibió esa información, para entender hasta dónde esto no es más que periodismo o hay una intencionalidad política.
De igual manera para todos aquellos que vivieron la década pasada de dineros de EE.UU. y se hicieron fortunas o, al menos, vivieron mejor que muchos otros periodistas.
No estaría mal, por ejemplo, que el señor Guillermo Lasso cuente cuánta plata puso en ciertos medios y con ciertos periodistas para que lo encumbraran en la política y también le socaparan tantas barbaridades y hasta sus incapacidades intelectuales con el único propósito de que el correísmo no vuelva al poder. PUNTO