Hoy, miércoles 23 de agosto, una nueva lluvia de bombas cayeron sobre Yemen. Ese país que sufre ataques sistemáticos desde hace años por parte de la Coalición que encabezan Estados Unidos y Arabia Saudí.
No menos de 30 personas fueron asesinados en la capital del país, Saná, muchas de ellas civiles.
La mayoría del país, más del 80 %, son de la cultura hutí, enfrentados a los gobernantes y propietarios de las riquezas del país, cercanos a los árabes. El presidente abandonó el país hace más de dos años a Arabia Saudí, luego de haber encabezado una sangrienta represión, que derivó en una especie de guerra civil.
El jefe del departamento de la Media Luna Roja en Saná, Husein al Tawil, afirmó que las víctimas de los bombardeos, fueron 35. “Hemos enviado seis ambulancias a Arhab y retirado 35 cuerpos. Evacuamos a 13 heridos a tres hospitales», dijo y agregó que quedaban más cuerpos bloqueados entre los escombros.
La agencia Saba, desprestigiada por los medios occidentales por defender los intereses de los insurgentes hutíes, dio cuenta de 71 víctimas, entre muertos y heridos. No le dan crédito a esta fuente, pero tampoco envían corresponsales propios para corroborar la información. Lo que queda claro es que a Occidente no le interesan los muertos yemeníes.
Son habituales los ataques a hospitales, casamientos o funerales en Yemen, donde el presidente Abd Rabbo Mansur Hadi, encabeza desde el extranjero un genocidio en toda regla con la colaboración de los estados terroristas del Golfo y América.
Desde marzo de 2015 la contienda bélica ha causado unos 8.400 muertos y 48.000 heridos, muchos de ellos civiles, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin contabilizar las víctimas por la epidemia de cólera y la hambruna que comienza a extenderse en el territorio.