Editorial de Radio Pichincha
Es difícil entender a aquellas personas que creen que la religión, el arte, la cultura, la música o cualquier expresión subjetiva de un ser humano o de un colectivo, agrupación artística o de otra índole es ajena a la realidad y consecuentemente a la política.
Desde “los siglos de los siglos” la cultura ha sido una expresión política. Que no sea partidista es otra cosa, pero también podría serlo, pero ya tiene otras características.
Incluso, aquellos que se dicen “apolíticos”, en la práctica tienen una postura política, que puede interpretarse como que “otros decidan por mí”, “yo no meto la mano por nadie, pero ojalá cuando me la queme alguien me ayude”, entre otros eufemismos.
De ahí que pedir -como lo hace la ministra de Cultura- que “los espacios culturales deben ser escenarios de diálogo y discusión en el marco de una convivencia respetuosa”, no solo que es un eufemismo, sino que es un insulto a la inteligencia y al sentido común.
Porque desde el Gobierno no conocemos cuáles son esos “espacios culturales”. ¿Alguien los conoce? ¿Los ha visitado u ocupado? Pues no. Eso no es cierto. Y, además, “escenarios de diálogo” constituye, desde la versión y acción oficial cotidiana, una de las cosas más absurdas o ajenas a la realidad.
Todo esto a partir de un acto “político” de un grupo musical quiteño, que lleva más de 20 años en la escena. Hablamos de Mugre Sur, por si acaso. Ese acto, criticable o exagerado, como quiera que se lo vea, es una postura política, como tantos otros grupos lo hacen.
Pero seguramente la ministra de Cultura jamás habrá dialogado con los integrantes de este grupo; jamás habrá tenido un “espacio” con ellos, al menos para entenderlos o conocerlos más de cerca para, como dice su comunicado, provocar una reflexión “política”.
No hemos oído ni leído nada de la boca o de la pluma de la ministra de Cultura una “reflexión” política sobre los efectos de la gestión gubernamental que no solo aleja a la gente de la creación artística o se le cierran los espacios de diálogo y de reflexión cultural, sino que también expulsa gente del país, expone a los indefensos a la acción criminal, que deja que la cifra de muertes violentas crezca todos los días y la de secuestros ya sea superior a la del año 2023.
Además, lo ocurrido con ese grupo musical fue en medio de unas fiestas de Quito, que como nunca antes, con más de 200 eventos, cerca de medio millón de personas en los escenarios, han dado un respiro y un aliento para sobrellevar la dura carga de la crisis económica, de los apagones (que siendo diciembre no han terminado) y un agobio social como nunca antes lo hemos vivido.
Y si se quiere criticar la violencia o la simbología de ella, habría que pensar seriamente hasta dónde el relato oficial, los miles de trolls atacando a medio mundo, los discursos del Candidato-Presidente no son otra forma, quizá más violenta, de someternos a un miedo permanente.
¿Ya nos olvidamos lo que ha dicho el gabinete de Seguridad de las marchas ciudadanas o de las protestas populares? ¿Ya estamos desmemoriados como para olvidar lo dicho y hecho contra Verónica Abad, Alondra Santiago, Andrea Arrobo o Gabriela Goldbaum?
De eso, sinceramente, no hemos escuchado una sola palabra a la ministra de Cultura, que, siendo mujer, se ha silenciado y no ha exigido, dentro de su gabinete, un “espacio de diálogo” o “una convivencia respetuosa”.
No, porque si tuviese un poco de sensatez de género o de una ciudadana responsable, ya habría renunciado, pero no. No lo hará, porque forma parte de un régimen que se ha caracterizado por violentar los acuerdos internacionales y la propia Constitución. PUNTO