Editorial de Radio Pichincha
Hay momentos reveladores, casi como radiografías nítidas de la colusión del poder político, el mediático y el criminal. Y en estos días somos testigos de ese momento particular, que solo da cuenta de cómo ha sido desde hace ya dos o tres décadas lo que llamamos Mafia Mediática.
No solo es que mientan o digan medias verdades. Esos medios y periodistas participan de una estrategia que no es nada inocente y menos aún ingenua. Valga decirlo: hemos vivido año tras año un encadenamiento pernicioso. Empieza con reuniones en espacios de poder, mensajes de chat, almuerzos y cafés con los directores o dueños de medios. Luego pasan a las redacciones las órdenes de trabajo y de inmediato actúan los dispositivos supuestamente periodísticos para imponer unas supuestas revelaciones o afirmaciones que solo pueden verificarse por otros medios o periodistas responsables y profesionales.
Claro, cuando se trata de anular a un adversario político o a quien les denuncia en sus abusos y manipulaciones entonces actúa el poder judicial. No hay modo de evitar lo obvio: los mismos titulares, los mismos editoriales y las mismas entrevistas imponiendo el mismo relato. Luego, casi como una esquizofrenia colectiva dicen unas cosas (que ni ellos se las creen) y hacen otras.
Por ejemplo, este fin de semana una portada de un diario muy bien identificado con poderes y hasta mafias políticas destaca lo que hasta para los militares estadounidenses es una afrenta: “Militares: el último fortín de la democracia”. ¿Imagínense nomás lo que pasaría en un país como los mismos EE.UU. si un Washington Post o un New York Times titulara algo así? O, por el contrario, si un diario chino, ruso, iraní o ucraniano lo hiciera. Desde acá lo sentenciarían a muerte, condenarían como el agravio más delirante de un periódico o del periodismo. Pero aquí ese diario, La Hora, por más señas no tiene ninguna vergüenza de hacerlo y en sus páginas interiores ignora, a propósito, las críticas que han recibido los militares por su actuación en el llamado Conflicto Armado Interno y, ni qué decir, del femicidio cometido en un cuartel por parte de oficiales contra una teniente.
Todo eso sin contar con los comentarios, editoriales y entrevistas que empezaron la semana pasada y continuarán en esta para defender a la fiscal Diana Salazar. Una defensa que no es precisamente la tarea de los medios. Ni siquiera optan por una máxima del periodismo a nivel mundial: DUDAR. O, al menos, confirmar, contrastar y verificar si las publicaciones de dos medios internacionales se apegan a la verdad, si sus evidencias y pruebas son veraces. ¿Los chats son falsos? ¿La propia Salazar ha salido a desmentirlos o a decir que nada de ahí corresponde a lo escrito por ella en conversaciones con un exasambleísta?
Aquí no se trata de dar clases de moral o de ética (para eso está la ministra de Educación). De lo que se trata es de exigir un poco de responsabilidad y de un ejercicio profesional porque las audiencias castigan. Lastimosamente ya sabemos que esos periodistas y medios no actúan por cuenta propia. Y, además: lo hacen pensando ya en la campaña electoral, en desprestigiar a una candidatura (como lo han hecho desde hace más de una década) e incidir en el electorado para favorecer a sus candidatos de extrema derecha, a quienes les deben todo, aunque sepan que algunos de ellos son parte de grupos criminales que sostienen el narcotráfico a través de empresas, bancos y barcos. PUNTO