Editorial de Radio Pichincha
El presidente de la Asamblea, Virgilio Saquicela, le ha pedido a Guillermo Lasso, en calidad de Presidente de la República, que convoque a un Consejo de Seguridad del Estado. Y hasta ahora no tenemos una respuesta.
Más allá del pedido del titular de la Legislatura, hay algo que da vueltas, en momentos donde nadie se siente seguro en la calle ni dentro de recintos policiales o en las cárceles: para qué sirve ese Consejo donde, se supone, deben definirse políticas de Estado en momentos de crisis.
Como un hecho extraordinario, apenas se posesionó en el cargo Lasso lo convocó y luego, con sus amigos periodistas, se ufanó en decir que su prioridad era la seguridad y que, como un gran logro, en menos de tres meses había tenido ocho reuniones del Consejo de Seguridad. ¿Y? ¿De qué sirvieron esas reuniones secretas? ¿Hasta cuándo va a mantenerse en reserva algo que quizá pueda explicar todo lo que estamos viviendo desde mayo de 2021?
Todo indica que no sirvió de nada o fue parte de la retórica presidencial para justificar que algo hacía, pero sobre todo es la expresión más palpable de que el marketing sirve para tapar la inoperancia y lavar la imagen de quien no sabe en qué se metió.
Pero vayamos a lo de fondo: si de verdad Lasso quiere resolver la grave crisis de seguridad y violencia estructural que vive Ecuador el llamado al Consejo de Seguridad es urgente, debería ser un verdadero encuentro de diversas instituciones y propuestas para salvar vidas. Antes que proponer las tres preguntas del tema para una posible consulta popular, debió reunirse con todas esas autoridades. Pero también, hace falta que ese Consejo discuta con la sociedad las salidas y soluciones más sensatas y plausibles.
El último trimestre del año no puede ser un periodo para hacer apuestas de cuánto se incrementan las cifras de muertes violentas o cuántas masacres carcelarias podrían ocurrir. Si estamos conscientes de la gravedad de este momento, debería ser la oportunidad para respaldar la acción estatal, integral, para garantizar la vida, la convivencia y una política pública inteligente y planificada que tenga un seguimiento y veeduría sociales con metas concretas.
A pesar de ello, es difícil creer que desde Lasso surja una iniciativa así. Llegó a Carondelet sin un programa creíble y práctico. La propaganda electoral, donde primaron los zapatos rojos, los tiktok y las ofertas demagógicas, convencieron a un sector de los pobladores y electores que había algo de seriedad, pero parece que el propio candidato se convenció que así se debía gobernar y se olvidó que cuando se habla de institucionalidad, no solo hay policías y una embajada para hacer política pública.
Como dice el refrán: la esperanza es lo último que muere. Por ahora, tal como indican las encuestas, la confianza y la decepción están por los suelos y así solo un gran y verdadero encuentro podría abonar un gramo de esperanza. Ojalá. PUNTO.