Editorial de Radio Pichincha
La vida de todo ser humano, de un luchador, de un exguerrillero y expresidente, como es la del legendario ya Pepe Mujica, tiene una particularidad: fue una vida intensa, sencilla, modesta y, sobre todo, entregada a una causa popular a favor de los uruguayos.
A sus 89 años, ayer nos adelantó su despedida y su instalación en la eternidad: el cáncer de esófago que padece, anunciado el pasado 29 de abril, se ha expandido por su cuerpo y ya no hay forma de detenerlo.
“El cáncer en el esófago me está colonizando el hígado. No lo paro con nada. ¿Por qué? Porque soy un anciano y porque tengo dos enfermedades crónicas. No me cabe ni un tratamiento bioquímico ni la cirugía porque mi cuerpo no lo aguanta”, dijo en una entrevista.
Y nos conmovió cuando le escuchamos decir que no se someterá a más tratamientos médicos y que su única petición a los médicos es que no le hagan sufrir más.
Y añadió:
“Estoy condenado, hermano. Hasta acá llegué. Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo. Y el guerrero tiene derecho a su descanso”.
Así es, este guerrero, exguerrillero, dirigente político y un intachable presidente tiene derecho a descansar, porque de irse lo hace con una vida limpia, con la cabeza en alto, sin haber claudicado en sus principios y convicciones.
Nadie como él estuvo jugándose la vida, detenido durante 13 años, en condiciones infrahumanas y al salir a la libertad ni siquiera se exilió, se quedó en su Montevideo del alma.
Tuvo poder y jamás se embelesó con él. La fama no le dio un centímetro de soberbia ni arrogancia. Le propusieron cambiarse de casa y vivir en una residencia más amplia, pero se negó: no se quiso ir de su chacra, de sus animales de compañía, de sus plantas y de sus libros.
Y, por supuesto, jamás se quiso separar de su compañera de lucha Lucía Topolansky. De ella dijo: “Lucía es un ser superior y estoy acá todavía gracias a ella”.
Y una frase que resuena cada vez que hablamos y hablaremos de él: “En la vida hay que andar ligero”. Así es: a la tumba no se llevan ni el dinero, ni las propiedades, ni nada material.
En la memoria sobre cualquier persona que parte a la eternidad solo queda lo que hizo bien, su legado y su ejemplo. Y de Mujica nos queda su humildad como símbolo de que la plata no hace al hombre, sino sus ideas, su responsabilidad y compromiso.
Ojalá nazcan miles de hombres y mujeres como Pepe Mujica. Hasta siempre.