Ecuatorianos son desplazados de la Costa hacia Quito, por la falta de oportunidades laborales. Muchos desplazados, al no hallar trabajo en la capital, se vuelven habitantes de calle o pernoctan en las casas de acogida del Municipio.
Punto Noticias.- Pese a llevar puesta una mascarilla y una gorra, en el rostro de Ariel (nombre protegido) sobresale un gesto de tristeza al rememorar parte de su vida. Con un acento tórrido, cuenta que nació en Machala, tiene 65 años y es técnico en reparación de carros.
“Me vine a Quito después de la pandemia. A buscar trabajo”. Luego su voz se rompe. Con resignación señala que le robaron los papeles, el celular, el poco dinero. Se quedó en la calle, solo, porque sus dos hijas habían salido del país y sus padres fallecieron años atrás.
“No quisiera regresar a Machala porque ya no tengo nadie allá. Estoy solito”.
En 2023, Ariel llegó al Hogar Comunidad de Calle, del Municipio de Quito.
Ahí le brindan alimentación, un techo donde descansar y realiza actividades recreativas o pedagógicas. Lleva un año y medio en el lugar y es uno de los 575 ecuatorianos que arribaron a esta casa, entre enero y julio de 2024.
Ecuatorianos son mayoría
En las casas de acogida del Municipio de Quito (Hogar Comunidad de Calle, Casa del Hermano, Contención Inicial y Hogar de Vida), de enero a julio de 2024, se atendieron a 2.163 personas.
Justín Sánchez, coordinador del servicio de Hogar Comunidad de Calle, señala que en 2023 se detectó a 2.000 habitantes de calle en Quito. El 37% de ellos era extranjeros y el 63% era ecuatoriano.
Del total de ecuatorianos, el 80% era de Pichincha (1.008 personas); de Manabí, el 5,9% (74 ciudadanos); de Guayas, el 2,5% (32 personas); y de Esmeraldas, el 2,1% (26 ciudadanos).
La mayoría de ellos llegó a las casas de acogida debido a la falta de opciones laborales. De hecho, la tasa de desempleo en Ecuador es alarmante.
Según datos del instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), el desempleo se ubicó en 3,7% en julio de 2024. La cifra representa un incremento de 0,6% puntos porcentuales en comparación con junio de este mismo año. Es decir, 51.100 personas más se quedaron en el desempleo el mes pasado.
Falta de oportunidades
Al igual que en el caso de Ariel, Reinaldo (nombre protegido) también viajó de la Costa a la capital por la falta de oportunidades laborales y la delincuencia que acorralaba a su familia.
Él nació en Esmeraldas, pero no sabe en qué año ni qué día. Si bien ha pasado gran parte de su vida sobreviviendo a las adversidades de la noche y la calle, ahora está sonriente y lúcido. Lleva una camisa abotonada hasta el pecho y la mirada descansada.
“No sé leer, no conozco las letras, nunca he tenido cédula”, dice con cierta preocupación.
Luego cuenta que, cuando era niño, su padre le enseñó a robar. “Me decía, así como yo tienes que ser”.
A los 6 años viajó a Quito e ingresó a la fundación Casa de la Niñez. Ahí se crio por unos años, hasta que una tarde, junto a un compañero, decidió saltar la pared y sumergirse en callejones, plazas y terminales terrestres.
Empezó a vivir cerca de la antigua estación del Trolebús, en la Y, al norte de Quito.
Allá acomodó unos cartones, papel y ropa inservible como un lecho. Pero cuando no estaba pernoctando en este lugar, recorría las calles en busca de transeúntes distraídos o negocios fáciles para “estruchar”. Es decir, para robar o asaltar.
En ese correr y esconderse fue atrapado por la Policía. Cuando estuvo preso, consiguió un celular y encontró a su mamá por Facebook. No la ha visto desde que era niño, pero al menos por la pantalla pudo hablar con ella, preguntarle por sus hermanos y conocer que él ya tenía 31 años.
Tras salir de prisión, fue a una de las casas de acogida del Municipio de Quito. Ahí logró descansar y desintoxicarse. Ahora se lo ve en paz, risueño, intentando alejar las turbulentas experiencias que le tocó vivir.
¿Cuáles son sus sueños? La lista no es larga, pero sí precisa. Reinaldo quiere ir a Atacames a abrazar a su mamá, quiere aprender a leer y caminar por la playa. “He recaído en varias ocasiones. Pero ahora estoy bien. Estoy aquí cinco semanas sin fumar polvo. Quiero cambiar de vida. Yo puedo”.