El ‘sexilio’ en Ecuador es una migración invisibilizada, no existen datos ni interés de las autoridades del Estado.
Punto Noticias. Hay personas que migran por encontrar nuevas oportunidades, en busca de un mejor futuro. Sin embargo, las personas LGBTIQ+, que se ven forzadas a migrar por su orientación sexual o identidad de género, persiguen la posibilidad de existir, de ser y amar sin miedo.
“Me di cuenta que en Ecuador no podía ser feliz”, cuenta Ismael Mosquera, de 40 años. Dejó el país en 2001 por la violencia que vivía a diario en Cuenca, su ciudad natal. Cuenta que desde niño sufrió bullying. «En el colegio sucedía todo el tiempo y se agudiza cuando terminé el colegio y empecé la Universidad”, recuerda sobre los convulsos años entre 1990 y 2000. Una etapa decisiva para la comunidad LGBTIQ+.
En noviembre de 1997, ser homosexual dejó de ser un delito en Ecuador, tras una histórica lucha de colectivos y activistas que lograron que el Tribunal Constitucional emitiera una sentencia en el Caso 111-97-TC, al declarar inconstitucional el primer inciso del artículo 516 del Código Penal, que condenaba la homosexualidad con pena de cuatro a ocho años. Pero el fin de la criminalización no frenó la discriminación ni la violencia en contra de esta población.
Ismael atestiguaba el cambio de época. Muchos de sus amigos participaban en acciones, protestas, para el reconocimiento de derechos de la población LGBTIQ+, permanentemente acosada por las fuerzas del orden y prácticas discriminatorias, que aún persisten.
Aunque ya no era un delito ser homosexual, su existencia se veía amenazada principalmente por su orientación sexual e identidad de género, acentuada por la falta de garantías en atención de servicios de salud o empleo.
Para Ismael era imposible escapar del bullying. «Fuera de casa vivíamos agresiones físicas, recibíamos todo tipo de maltrato”. Los comentarios negativos llegaron hasta su familia. Aunque su núcleo familiar lo aceptaba (mientras no se hable del tema), otros familiares sí reaccionaron y todos sus espacios se vieron afectados.
“Una noche, salimos con un amigo de un bar gay clandestino y fuimos agredidos. Llamamos a la policía para tener ayuda, pero fuimos nuevamente atacados por la propia policía. Actuaron con amenazas de contarles a nuestras familias. Ese momento dije: no estoy a salvo de ninguna forma y no hay nadie quien me ayude. Ese fue el momento que decidí salir”, cuenta Ismael.
Con todo este dolor en su maleta, viajó a Estados Unidos en 2001. Tuvo una primera parada en Georgia y luego se mudó a Nueva York. “Ese fue el primer momento en mi vida (a sus 20 años) que pensé que estaba en un lugar con la posibilidad de construir la vida que quiero”.
El primer ecuatoriano en recibir asilo LGBT en Estados Unidos
En 2001, una congresista en Estados Unidos impulsaba una ley para que se apruebe el asilo para personas LGBT. Hasta el 2001, nadie había conseguido este asilo por la dificultad de documentar y demostrar la persecución social e institucional.
“Hasta ese momento, no me había dado cuenta de lo extremo que era mi situación. No era común que alguien te golpee, te insulte”. Ismael decidió postular para acceder al asilo. Seis meses después, su caso fue aceptado y se convirtió en el primer ciudadano en recibir asilo por esta causa en Estados Unidos.
De acuerdo a un informe elaborado por el Instituto Williams, de la Facultad de Derecho de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), publicado por agencias internacionales, entre los años 2012 y 2017 se presentaron 11.400 solicitudes de asilo LGBT.
“Tuve que llevar muchas pruebas que demostraran esta persecución y abuso, que ventajosamente (y a la vez lamentablemente) tenía y las había vivido”. Reportes de la policía, testimonios de las agresiones y otro tipo de documentación.
Su caso abrió la posibilidad para que más ecuatorianos, en los mismos contextos de violencia, también accedan al asilo, a una existencia fuera de lo clandestino, del temor del qué dirán, de las 666 miradas diarias que te empuñan por no seguir la heteronorma.
A 20 años del caso de Ismael, el sexilio continúa de manera permanente en Ecuador, sobre todo en el sector rural, donde las personas LGBTIQ+ abandonan sus raíces por la persecución homofóbica, machista e institucional de las que son víctimas.
Radio Pichincha accedió a una entrevista con una de las víctima del sexilio, lo llamaremos Marco para precautelar su seguridad. Él detalla que la discriminación de su familia, de su barrio, de sus excompañeros de colegio lo obligaron a abandonar Loja, su ciudad natal.
“Todos los días tengo miedo de que se enteren (en el trabajo) que soy homosexual”. Él salió a la marcha del Orgullo LGBTIQ+ que se realizó en Quito, este sábado 30 de julio de 2022, usando una máscara de carnaval, llena de plumas y escarcha morada, que cubría la totalidad de su rostro.
Cumplió 25 años en diciembre pasado y está en la capital hace cuatro años. “Aunque tenía oportunidades de estudiar en Loja, les dije a mis papás que por una mejor oferta académica me manden a Quito o Guayaquil, pero en realidad, yo solo quería huir”.
Marco oculta su verdadera identidad y miente por temor al rechazo de su familia y amigos. Esta ha sido su forma de sobrevivir en Loja y, ahora en Quito, para que no se enteren en su trabajo que es homosexual. Aunque intenta vivir libremente su sexualidad, ningún lugar está libre de violencia.
Sin embargo, cuenta que ha podido encontrar esos afectos, cariño y respaldo que nunca tuvo en su infancia y adolescencia.
El rechazo de su padre, el silencio de sus hermanos y la discriminación a diario son algunas de las situaciones que provocan que las personas LGBTIQ+ decidan marcharse y, en algunos casos, no volver nunca más.
El sexilio de la ruralidad a lo urbano
El éxodo de la diversidad sexual ocurre de una ciudad a otra, de un país a otro, e incluso, de un barrio a otro. “Yo por suerte tuve el chance de salir y poder vivir aquí, pero tengo amigos que están allá y aún mantienen una vida heterosexual ante la sociedad”, cuenta Marco.
Como el caso de Vicky (otro nombre protegido), quien vivió un peregrinaje hasta reconocer su orientación sexual. Hoy reside en Quevedo, la urbe más grande y poblada de la provincia de Los Ríos.
“Yo me crié con mi mami en el campo. Me comprometí a los 14 años, salí embarazada casi enseguida, a los 15. Al año me separe del compromiso porque era mano alzada, me pegaba, me fui a trabajar a Guayaquil por un año, luego fui a Quito. Ahí me volví a comprometer después de cinco años de haberme separado”, cuenta Vicky, que vivía en un recinto cercano a Quevedo.
Vicky tuvo seis hijos, uno de ellos falleció por un tumor en su cabeza cuando aún era niño. En medio de la violencia de su expareja hombre y el duelo de su hijo encontró en Marta un refugio. “Será por eso que yo me enamore de ella, por cómo me trató. Con ella vine a conocer la playa, las discotecas, a salir porque mi exmarido nunca me llevó a ningún lado”. Aunque no siguió con ella, Vicky se autoidentificó, en adelante, como una mujer lesbiana.
Para poder vivir como una mujer abiertamente lesbiana tuvo que dejar su casa y se llevó a sus hijas con ella, asumiendo toda la responsabilidad. En un primer momento, sus hijas no aceptaron su orientación sexual. “Luego me veían que andaba triste. Mi hija me abraza y me dice: mami, nosotras lo que queremos es que tú seas feliz”.
¿Qué les queda a las personas que no se van? La autocensura de su orientación sexual e identidad de género, matrimonios forzados, frustración o culpa. Estefanía Manzano, antropóloga especialista en género, explica que muchas personas LGBTIQ+ prefieren ya no identificarse como tal.
“Llega un punto que la presión social y de su familia sobre las mujeres lesbianas, por ejemplo, que no han podido migrar, las obliga a maternar, a casarse y tener una relación heterosexual”.
Su caso es similar al de otras mujeres lesbianas que han migrado hacia ciudades más grandes. Aunque eso signifique exponerse a otro tipo de violencias.
“En Ecuador, este tipo de migración no se ha investigado y mucho menos registrado. Si bien el sexilio ocurre con la esperanza de poder vivir tu sexualidad con libertad, te expones a otras violencias”, afirma Manzano, al reprochar el abandono del Estado y de la sociedad civil en el sector rural y, aún más, de las personas LGBTIQ+.
En el ámbito laboral, se ven avocadas a asumir trabajos precarizados, temporales y sin seguridad social. “En lo urbano hay activismo, estrategias para luchar contra esto. Las ONG o fundaciones están centralizadas en las capitales, pero muy poco en lo rural. Esto nos da pistas para reflexionar sobre cómo se piensa la ruralidad LGBTIQ+ en Ecuador. Están ahí y, aunque no se los nombre, existen”.
Señala que en el caso de mujeres lesbianas sufren doble discriminación por ser parte de la comunidad LGBTIQ+ y por ser mujeres. “Esto implica una serie de obligaciones y dictámenes sociales que las están interpelando constantemente más allá de su sexualidad”.
En el caso de Ismael Mosquera, ser latino en Estados Unidos también lo expone a otro tipo de discriminación, racista y xenófoba.
Estefanía Manzano es enfática al mencionar que no debería darse el sexilio para poder vivir en libertad. “El fin último sería que no pase, que no se use más este término”.
¿Por qué optar por el sexilio en Ecuador?
Las cifras de discriminación no son menores y, aunque existen alertas cada día, no hay información actualizada desde el Estado para generar políticas públicas y enfrentar la discriminación, la falta de acceso a salud, a educación, justicia y trabajo.
La primera y única investigación sobre la situación de la población LGBTIQ+ en el país es de 2013, realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC). Sí, nueve años sin que el Estado conozca qué sucede con esta población.
El estudio alertó que el 27,3% de población encuestada, más de 2.000 personas en 11 ciudades, habían experimentado actos de violencia.
Marco detalla algunas de las situaciones con las que tienen que vivir las personas LGBTIQ+, que las obliga a migrar y que dan cuenta de que la mayoría de indicadores de ese estudio permanecen intactos, nueve años después.
“Los insultos y humillaciones son de todos los días. A mí me decían maricón, desde muy pequeño. Ni siquiera yo sabía qué pasaba conmigo”. En 2013, el estudio del INEC publicaba que el 94,1% sufrió gritos, insultos, amenazas y burlas.
“Yo me fui principalmente por mi padre. Nunca me aceptó y hasta ahora conversar con él es muy incómodo. Nunca me golpeó, pero cada que podía hacía comentarios hirientes”. El 70,9% del estudio reportó que vivieron alguna experiencia de discriminación en su entorno familiar y quienes presentan mayores porcentajes de rechazo son los padres, con un 13%.
“En mi colegio me aislaron, preferían no salir conmigo”. Al igual que Ismael Mosquera, Marco sufrió discriminación en el ámbito educativo. Según la encuesta, el 25,8% ha sufrido violencia en este espacio.
“Siempre levantas miradas, rumores, que llegan a la casa. Mi familia es muy conservadora y romper con todo eso es duro. Hay ratos que prefieres ya no ser gay, pero eso es imposible así que mejor me fui”, cuenta Marco.
Sin respuestas del Estado
El pasado 27 de julio se aprobó el Plan de Acción de las Diversidades con 148 acciones específicas en 4 ejes, que permitirá tener datos oficiales sobre la población LGBTIQ+ en temas como salud, no discriminación y estrategias de protección para las personas adultas mayores.
Un año atrás, se creaba la subsecretaría de Diversidades, la primera entidad exclusiva en atender a la población LGBTIQ+, liderada primero por Felipe Ochoa, pero con el cambio de autoridades en la Secretaría de Derechos Humanos, instancia a la que está adscrita, Alexander Guano asumió el cargo desde febrero de este año.
Los compromisos de las instituciones públicas para cumplir con las guías, protocolos y otra normativa sobre la atención a personas LGBTIQ+ no son suficientes, cuando el reclamo ha sido la violencia estatal y sistemática, especialmente contra personas trans.
Sobre el sexilio y las acciones para frenarlo, el compromiso sigue siendo la regla:
“El Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana se comprometió con acciones específicas dentro del Plan de Acciones: a la identificación de la situación de vulnerabilidad, categoría que tienen cuando hay problemas de acceso de protección a personas en movilidad humana. En el Registro Civil trabaja, a través de un consultor privado, incluir la variable de identificación de género en el pasaporte”, dice Guano en entrevista con Radio Pichincha.
El subsecretario explica que esta es una primera etapa para la realización de políticas públicas que vendrán después. Mientras los índices de discriminación, delitos de odio y ataques físicos y verbales siguen al alza.
Ante el abandono histórico de la ruralidad, más de la población rural LGBTIQ+, Guano menciona que el plan de acción debe ejecutarse en todo el territorio. “Vamos a socializar a nivel nacional y dar seguimiento para que se cumpla. Coordinaremos con nuestras oficinas zonales para que socialicen el plan y puedan activar el monitoreo correspondiente”.
Ecuador, país de acogida de ‘sexiliados’
Una pareja gay, que ronda los 40 años, migró de Venezuela a Ecuador en 2020. En el trayecto, que fue de manera irregular, tuvieron que ocultar su amor, limitar aquella expresión por miedo a la violencia y exclusión.
Esta es la historia de muchos, dice Katherin García, psicóloga en la Fundación Diálogo Diverso, que trabaja con las personas migrantes LGBTIQ+ que vienen de Venezuela.
En 2020 realizaron una encuesta en la que el 24% se identificó como lesbiana, 39% como gay, 18% bisexual y 9% como persona trans.
Del total de encuestados, el 34% de la población que migró a Ecuador fue por motivos de discriminación, violencia y exclusión por su orientación sexual: sexilio.
Es decir, 3 de cada 10 migrantes lo han hecho en busca de su futuro, pese a que el trayecto pone en riesgo su vida, al ser una migración irregular.
El estudio de la Fundación revela que el 43% recibió algún tipo de violencia durante su viaje. Es decir, 4 de cada 10 personas sufrieron violencia, exclusión o discriminación por orientación sexual o identidad de género.
“Una pareja de lesbianas que tenía hijos tuvo que pasar como si fueran mejores amigas. Aun así, fueron violentadas por la expresión de género de una de ellas. Esto deja muchos traumas, dolencias, miedo a expresarse y homofobia internalizada. En algún punto, personas llegan a decirme ya no quiero ser LGBTIQ+, tengo miedo”.
Ya en el país, los atraviesa otro tipo de violencia. La xenofobia y homofobia se exacerban en los rincones más conservadores. Además, el Estado se vuelve cómplice. “Muchas instituciones públicas siguen siendo violentas, repitiendo patrones cis-héterosnormados en las fichas de registro, por ejemplo”.
García destaca la resiliencia de las personas LGBTIQ+ que decidieron moverse para que su vida finalmente sea vida. Uno de los puntos claves, explica, es la red que encuentran en fundaciones, organizaciones o grupos de amigos que sostienen sus procesos y los ayudan a enfrentar las adversidades.
El sexilio de Ismael, Marco y Vicky, ocurre porque su vida se vio amenazada por el único hecho de ser homosexual, lesbiana, bisexual, transexual, intersexual. Ellas y ellos no cumplieron con la heteronorma, porque decidieron no asumir la hipermasculinidad que les exigió su entorno, porque no eran lo suficientemente femeninas, porque se cansaron de tener una doble vida, de ser clandestinos y amar en las sombras. Pero, sobre todo, se hartaron de todo aquel que les exigió ser otra persona, de todo aquel que los prefirió muertos.