Editorial de Radio Pichincha
No había que predecirlo, ni acudir a los brujos ni a las cartas para saber que don Guillermo lo volvería a hacer. Mintió más de una vez; destiló veneno contra quienes cuando los tuvo a la mano nunca les dijo nada; imaginó un país que solo está en su cabeza; y, por si fuera poco, ni se despidió como es debido, como lo hacen las personas de bien.
Parece que se olvidó que su “Informe a la Nación” era su testamento político, su carta de adiós y un “hasta nunca más señor mío”. Bueno… se le olvidan tantas cosas…
Ni siquiera muchos de los presentes lo aplaudieron, salvo doña Rosalía (que algún favor estará pagando para estar ahí oyendo una farsa) y sus amigos y parientes.
¿Cómo aplaudir unos sofismas, unas cifras extraordinarias y escalofriantes, unos datos manipulados y unos gestos impostados? Difícil, por no decir imposible.
Si algo de sensatez debe y puede tener un político que aspiró a la Presidencia más de 10 años, que se gastó mucha plata, que hizo gastar a sus amigos, que “aceitó” bastante bien a medios y periodistas que no saben dónde ocultar sus vergüenzas, pues si algo de sensatez debió exhibir, pues no habría quedo tan mal.
Ahora bastaría revisar dato por dato y compararlo con la realidad como para entender no de qué personaje político estamos hablando sino de la patología que queda en evidencia.
Y no es exagerado decirlo. Menos aún es una ofensa o un agravio. Los comentarios de ayer, en redes sociales y en algunos espacios de opinión son por demás elocuentes. Y la frase que atravesó todos esos comentarios fue: “Qué manera de mentir”.
Pues ya no sorprende, lo ha hecho desde que se quiso satisfacer el gustito de ser Presidente. Qué pena, de verdad. Cuanto más se exige un alto nivel a los políticos, don Guillermo hace lo contrario. Cuanto más transparencia y responsabilidad es necesaria en tiempos de incertidumbre, don Guillermo acumula dudas y sospechas.
Insistimos: ¡QUÉ PENA!
Terminar un mandato de ese modo, recortado dos años y con una popularidad por los suelos, no es un mérito que se deba aplaudir como hicieron los del auditorio, algunos evitando que las cámaras los enfoquen para no quedar marcados por la historia.
En fin… Así termina algo que empezó mal y ahora culmina como habíamos advertido desde el primer día. En otras palabras, una estafa política, una decepción para con los suyos y un saldo democrático en rojo. PUNTO