Por Juan J. Paz y Miño Cepeda.
Desde la década de 1950 apareció la preocupación mundial sobre el subdesarrollo, el nuevo término que diferenció la situación económica y social de los países del también denominado “tercer mundo” (Asia, África y América Latina), frente al desarrollo de aquellos que se encontraban en el “primer” mundo: los países capitalistas centrales. Desarrollo y subdesarrollo eran conceptos creados en el marco de la guerra fría.
Aparecieron también los expertos en el tema. En 1960, el economista Walt Whitman Rostow, un rabioso anticomunista (colaboró con John F. Kennedy -JFK- y con Lyndon B. Johnson) publicó Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no-comunista, que se convirtió en la guía teórica y práctica para la “década del desarrollo”. Se imponían los cambios en América Latina antes de que la Revolución Cubana (1959) se reprodujera por la región. De manera que JFK (1961-1963) inauguró la era de los cambios estructurales para hacer una “revolución en libertad” y ayudar a la región a salir del subdesarrollo, a través de la inédita Alianza para el Progreso (Alpro), que se convirtió en el programa central de los EEUU. Lo paradójico es que tal programa, que incluyó la reforma agraria, la industrialización, modernización de los Estados, reforma tributaria progresiva, integración económica y el apoyo financiero, no logró ser comprendido por las atrasadas mentalidades de las elites económicas latinoamericanas y enseguida fue acusado por ellas de “comunista”. Así ocurrió en Ecuador, cuyos terratenientes, clases empresariales y gran prensa, al mismo tiempo que aceptaron la Junta Militar que gobernó entre 1963-1966 (nacida de la directa intervención de la CIA, como lo desnudó Philip Agee en su Inside the Company. The CIA Diary) y que acogió el programa Alpro, era atacada de “comunista”. En todo caso, bajo las reformas de la Alpro, el grueso de los países latinoamericanos dejó las “sociedades tradicionales” y algunos prepararon las “condiciones para el despegue” y otros incluso entraron en las “vías del desarrollo”, guardando fidelidad al esquema rostowniano de las cinco etapas del crecimiento económico.
El paso de las décadas demostró que la región seguía “subdesarrollada”, aunque la modernización capitalista había llegado. Entonces el tema dio un giro especial: ya no se trataba de comprender simplemente los orígenes del subdesarrollo, sino las razones de su persistencia. Y aparecieron las nuevas teorías. En 1985 se publicó El subdesarrollo está en la mente: el caso latinoamericano, de Lawrence Harrison (exdirector de USAID). Analizó la relación entre cultura y economía, para concluir que es cierta mentalidad latinoamericana la que impide el desarrollo, pues no existe en la región el estímulo necesario al éxito, para que los pueblos desplieguen su potencial creativo. Desde luego, siempre los EEUU y su capitalismo libre, pasan a ser el país ejemplar en cuanto al éxito universal del desarrollo. Pero la tesis (continuada en otro libro, ¿Quiénes prosperan?, 1992) no tuvo la influencia de Rostow. Para la época despegaba el neoliberalismo latinoamericano de la mano del FMI, que condicionaba el pago de la fabulosa deuda externa de la región, al cumplimiento de sus recetas. Ya no interesaba ningún “desarrollo”.
Los tiempos tuvieron que cambiar. Pero recurrentemente las explicaciones vuelven a intentar el redescubrimiento de la historia. Una de las obras de enorme éxito e influencia contemporánea ha llegado a ser Por qué fracasan los países (2012), de Daron Acemoglu y James A. Robinson (MIT y Harvard, respectivamente). Los autores realizan un impresionante recorrido, evidentemente con datos e historia, para demostrar que han logrado éxito y progreso, los países que afirmaron instituciones económicas “inclusivas”, pero no aquellos que forjaron instituciones económicas “extractivas”. Otra vez más, los EEUU a la cabeza o los países europeos después, o también Corea del Sur y Japón en el listado, ocupan el lugar exitoso.
Acemoglu y Robinson se refieren a varios países latinoamericanos. E incluso alcanzan a topar a Venezuela presidida por Hugo Chávez. Entre otras comparaciones, destacan a Nogales de Sonora, México y Nogales de Arizona, EEUU. Separados apenas por una línea de frontera, la pobreza en una y el progreso en otra, respectivamente, demuestran como la calidad institucional les diferenció. La historiadora Camilla Townsend en Tales of Two Cities: Race and Economic Culture in Early Republican North and South America (2000) tiene mayor contundencia en su tesis: compara Guayaquil (Ecuador) y Baltimore (EEUU), que partieron de situaciones similares; pero mientras Baltimore despegó, Guayaquil no lo hizo y la razón última fue la cultura de sus élites, que no fueron capaces de crear formas de vida con mejor bienestar para sus pobladores y trabajadores, a los que simplemente consideraban como una “horda peligrosa”, a la que despreciaban y explotaban laboralmente.
Por sobre las visiones claramente norteamericanizadas sobre el tema descrito, desde una estricta perspectiva histórica, el subdesarrollo de América Latina, como problema de reflexión e investigación, merece unos cuantos tomos. Sin embargo, hay algunos elementos a destacar. No hay duda que la conquista y el coloniaje marcaron el “subdesarrollo” de la región. Pero después de las independencias, en la construcción de las economías latinoamericanas actuaron no solo factores internos, sino también externos y en esa dinámica a veces se imponen unos u otros, en función de las coyunturas políticas y los procesos de confrontación entre las diversas clases sociales. En distintos tiempos, los liberales y radicales del siglo XIX, los “populistas”, nacionalistas, reformistas o desarrollistas del siglo XX o los “progresistas” del siglo XXI, han logrado avances a favor del desarrollo y del bienestar. Es indudable que sobre Cuba y Venezuela hoy pesan más el cerco económico internacional y el bloqueo imperialista, que los factores internos. ¿Cabe imaginar a cualquier país latinoamericano sujeto a la aplicación de semejante bloqueo y al que se le impongan leyes como la Helms-Burton o la Torricelli, como se hace con Cuba, estrangulada en su comercio externo? ¿Progresaría? ¿Se “desarrollaría”?
En las condiciones de la América Latina actual, el progreso, el desarrollo, la modernización, no van de la mano de las elites económicas de la región. Han dejado a un lado incluso el tema del subdesarrollo y no topan un milímetro el tema del bienestar social. Persisten en sus caducas ideas sobre retiro del Estado, flexibilización laboral, reducción o eliminación de impuestos y privatización de bienes y servicios públicos. Su inutilidad para captar las cambiantes visiones hacia el keynesianismo y las economías sociales, que se están produciendo en los EEUU o se recuperan en Europa, les inhabilita para solucionar las condiciones de vida y trabajo en la región. Los gobiernos conservadores latinoamericanos solo apuntalan los intereses de un bloque de poder económico y político concentrado en las elites empresariales neoliberales. De modo que se han afirmado el rentismo y el clasismo. Se ha llegado a tal punto que la propia democracia estorba: como lo han demostrado las recientes elecciones en Perú (en Ecuador ocurrió algo parecido), en las que triunfó el maestro rural Pedro Castillo, las derechas económicas, políticas e ideológicas de la región no están dispuestas a permitir las alternativas al modelo neoliberal. De modo que América Latina está ingresando a una época de profunda confrontación entre esas elites y los sectores medios, trabajadores y populares. Son los signos del “subdesarrollo” que se niegan a ver los sectores dominantes de la región.