Editorial de Radio Pichincha
Los personajes políticos que pasan a la historia no son precisamente los del perfil positivo. Algunos, como Hitler, no están en la palestra histórica porque contribuyeron al mejoramiento de la convivencia democrática o el desarrollo científico a favor de la humanidad. Casos hay muchos.
En Ecuador hemos tenido dictadores y algunos presidentes que no deberían tener más de un párrafo en los anales de la historia. Pero, para bien y para mal, hace falta hablar de ellos por dos razones poderosas: una pedagogía social para aprender de sus barbaridades, para no repetirlas, para acentuar el reconocimiento de que por esa vía no se llega a atender a la sociedad. Y la otra razón es porque sin esa experiencia no se habría llegado a conocer esa otra parte de la naturaleza humana con tintes maléficos.
Y ahora, como para que la pedagogía social y política se acentúe, hace falta reconocer que dos de los personajes de estos tiempos con mayor peso en la negatividad o en la expoliación de la democracia tienen nombre y apellido: Julio César Trujillo y Diana Salazar.
Los dos han sido erigidos por la Mafia Mediática y la clase política más recalcitrante como “tótems” de la, en realidad, restauración conservadora en Ecuador. Una restauración porque recoge lo peor de lo que hizo la llamada “partidocracia” y porque apuntalaron un solo objetivo: el neoliberalismo como el modelo y el sistema de privilegios para los grupos de poder económico y para el sometimiento a la agenda estadounidense.
Para eso hacía falta desmontar la arquitectura institucional diseñada en la Constitución de Montecristi. Y hoy somos víctimas de todo eso cuando vemos y se revelan asuntos que el señor Trujillo implementó bajo el amparo del gobierno de Lenín Moreno. Por ejemplo: que tengamos una Fiscal sin los méritos profesionales, intelectuales y académicas. La sola denuncia de un supuesto plagio y la reacción de la abogada Diana Salazar, usando el poderío de su cargo para la defensa de asuntos particulares, da cuenta de cómo se la colocó en ese puesto y para los fines nada éticos con los que hemos tenido que vivir en estos últimos casi seis años.
Por más esfuerzo que hacen algunos medios y supuestos periodistas por lavar la imagen de esos dos personajes, queda claro que mientras más los cuidan más se revelan sus procacidades políticas, que no solo han costado persecución, sino un modo de administrar la justicia que afecta a decenas de miles de personas porque no solo son víctimas de la ausencia de justicia sino de la corrupción que ello ha implicado. PUNTO