Editorial de Radio Pichincha
Si hay algo que lacera la conversación pública, no solo es la mentira que ya de sí sería muy grave, sino la espectacularización de la política. Hay demasiados estudios y tratadistas trabajando el impacto que tiene el show mediático de aquellos políticos que intentan lucirse ante las cámaras y las audiencias, sin importar si eso coadyuva a la solución de los problemas de fondo de una nación.
Y si les gusta apelar a esos autores liberales y neoliberales, bastaría leer a Mario Vargas Llosa sobre el tema y entender para qué sirve todo ese andamiaje espectacular del que gustan algunos sin ningún beneficio de inventario.
Si antes tuvimos a un legislador socialcristiano, que luego fue presidente, haciendo gala de una retórica populista y demagógica, supuestamente persiguiendo la corrupción, ahora tenemos a uno de tinte fascista que no mide consecuencias de sus palabras, gestos, maniobras, manipulaciones y hasta violaciones a la ley Orgánica de la Función Legislativa, todo para posicionarse como el impoluto ser humano que todo lo puede para salvar a la Patria de las garras de la corrupción.
Ayer confesó, sin vergüenza alguna, que le “vale tres hectáreas la norma legislativa”, que hará lo que sea, según él, para combatir la corrupción, pero no dice nada las denuncias de los actos ceñidos con la ley y la ética de sus amigos en el gobierno actual. Es el mismo que lanza rayos y centellas contra las organizaciones de defensa de los DDHH que antes lo defendían porque se hacía pasar por víctima.
Y, como buen fascistoide, ahora quiere seguir el camino de ese legislador socialcristiano y que luego fue presidente, gracias al aparato mediático de entonces que le acolitaba en sus exabruptos y amplificaba sus supuestas denuncias que nunca terminaban en nada concreto más allá del escarnio público para sus víctimas.
Ayer llevó a un sentenciado a la Comisión de Fiscalización, a uno de sus ex amigos y quien le filtraba documentos. ¿Qué salió de eso? Nada, puro humo, tiempo perdido y mucha soberbia de quienes se creen que con una autoridad moral que nadie les ha dado, ahora pueden manchar el nombre de muchas personas y seguir campantes en su pendejismo.
¿En qué terminan sus espectáculos? EN NADA, nada a favor de la democracia. ¿Sirve de algo su aparataje mediático? NO SIRVE PARA BUENA SEA LA COSA. Solo para hacerse la víctima cuando le ponen en su lugar las legisladoras, los abogados, los defensores de los DDHH o los periodistas que no se creen sus historietas.
Estaría bien que se despoje de su inmunidad parlamentaria, que asuma de verdad el oficio del periodismo que dice tener, que no es cierto, que tenga la entereza de ciudadano de probar todas sus acusaciones con papeles reales y no con manipulaciones que luego pasan a ser argumentos para procesos de infamia, como tiene en Colombia.
Ese señor, de pocas luces intelectuales y una verborrea que ni en el barrio más duro de Quito o Guayaquil se usa, por decencia pública, no puede seguir infectando la democracia. Sí, ciudadano Villavicencio, pare su show que de eso no come la gente, pero usted sí, porque ahora usa recursos públicos y el erario nacional no es para sus vanidades y suspicacias. PUNTO