Editorial de Radio Pichincha
Uno de los rasgos que duele señalar de don Guillermo es el cinismo. Es duro, muy duro y cuesta efectivamente señalarlo. Pero ya es demasiado lo acumulado para descartarlo como el sinónimo y la mayor expresión de su gestión, frustrada y recortada.
Pero tras las últimas intervenciones, a modo de despedida, parecería que la soberbia le sobrecoge, le invade, le habita. Pues sí, parece que nos mira con desprecio, con una sobradez que espanta y también solo se regodea de los suyos. Apenas si menciona una vez la palabra error o haberse equivocado. Claro, lo hace para endilgar lo que no pudo hacer con la oposición y con quienes, según él, intentaron por todos los medios destituirlo.
Hoy por hoy no hay un solo resquicio de su discurso que no esté plagado de esa soberbia, de un modo de asumirse por encima de los demás, de menospreciar a quienes piensan diferente.
Lo cierto es que siempre fue así. Se travistió durante diez años para llegar a Carondelet. Eso fue todo. Mintió descaradamente, ofreció el “oro y el moro”. Hizo gala de un supuesto democratismo bastante soberbio y compró “a diestra y siniestra” a quienes lo encumbraron. Ahí se incluyen y tienen un rol protagónico algunos periodistas, ciertos medios, artistas e intelectuales que le dieron un brillo de “demócrata” y hasta de “estadista”. Se creyó el cuento y ellos se tragaron esas mentiras.
Ahora no saben dónde meter la cara, aunque hay una supuesta gestora cultural, dueña de su cine, aquí en La Floresta, que ayer mintió descaradamente y se inclinó ante el “todo poderoso” don Guillermo. Ojalá lo haya hecho gratis, pero es muy difícil.
Algunos dirán: “Por suerte ya se va”. Y no creemos que sea tan fácil. Posiblemente, gracias a su soberbia, a su descaro y a ese cinismo crónico, ahora se apuntale a hacer una nueva campaña de travestismo político y convertirse en el supuesto demócrata que pide respeto a las libertades, atención a los más pobres y una gobernabilidad única.
En fin, termina un ciclo, mañana empieza otro. Y solo aspiramos que la pésima pedagogía del banquero soberbio no sea el tamiz por el que pasen los futuros políticos. PUNTO