Editorial de Radio Pichincha
Lastimosamente hay que hablar. No siempre gusta ni es lo más deseado. Imagínense ustedes que en una sociedad democrática tengamos que hablar de la integridad de la Policía, de sus miembros, de sus altos mandos y de sus procesos de institucionalización. ¡Qué difícil!
Y no porque nos cueste o nos duela, pero hay tantos problemas en nuestra sociedad, pasando por la pobreza de millones de personas, como para hablar de la Policía. Qué duro, además.
Pero ya no es posible callar.
Desde hace algunos años con la Policía, no solo como institución y sus miembros, sino como un valor de nuestra democracia, hay problemas. No queda muy lejos el grave acontecimiento del llamado 30-S. Y tampoco olvidamos ese bochornoso espectáculo de 1998 en la Academia de Guerra, de Sangolquí donde se desarrollaba la Constituyente de entonces. Menos aún podemos olvidar lo ocurrido con María Belén Bernal, que no solo abrió un gran debate nacional, sino que ha significado un desgarre político, en el peor gobierno de la historia.
¿Podemos quedarnos callados con la osadía del embajador estadounidense de salir a hablar de narcogenerales? ¿Y qué ha pasado luego de eso? ¿Cuántos generales están presos y procesados? Y si le damos crédito a las palabras del representante diplomático del país aliado de los gobiernos de Guillermo Lasso y de Daniel Noboa, ¿por qué no ha pasado nada? ¿O era un chiste de mal gusto o un asunto tan delicado que la Cancillería debió tomar nota y actuar de inmediato?
Ahora ya no solo hablamos de narcogenerales, madrinas de la mafia o de negocios piramidales, sino de policías rasos que son capaces de asesinar a sus hijos con tal de extorsionar a sus esposas y madres de sus hijos. ¿DÓNDE SE HA VISTO TAMAÑA BARBARIDAD?
Entonces, hay que hablar de la Policía. Y del daño que le han hecho presidentes como Lenín Moreno y Lasso, además de sus ministros, pasando por María Paula Romo y Patricio Carrillo y ni qué decir del inefable Diego Ordóñez. No supieron entender su rol y para garantizar sus fobias políticas y sus venganzas usaron a esos generales y ya vemos dónde está el prestigio y la credibilidad de la Policía.
¿Qué hacer? Pues que los propios policías asuman sus responsabilidades y la sociedad imponga un desafío mayor: depurar las filas, cambiar los mandos y ojalá desde adentro se pueda empezar con algo mejor. Pero, de verdad, el poder político tiene una enorme tarea ahí. SEÑOR PRESIDENTE NOBOA: HAGA ALGO, LE QUEDA MENOS DE UN AÑO YA Y TIENE QUE HACER ALGO CON LA POLICÍA. Si no, esta democracia será un cartón frágil y ligero. PUNTO.