Editorial de Radio Pichincha
El 9 de enero de 2000, el presidente de entonces, Jamil Mahuad, adoptó al dólar como moneda nacional y algunos sectores empresariales aplaudieron la medida como uno de los paradigmas que, supuestamente, nos traería bienestar y sobre todo estabilidad.
Veinticuatro años después, los más acérrimos defensores de este sistema dicen, entre otras cosas, que esa adopción “ha sido favorable para combatir la indisciplina fiscal, alcanzar la estabilidad de precios, aumentar el poder adquisitivo de los ciudadanos, facilitar la planificación financiera en el sector privado, reducir los niveles de pobreza y generar condiciones favorables para la inversión y crecimiento en el país”.
La cita es de quien fuera el gerente del Banco Central, de gobierno de Guillermo Lasso, el señor Guillermo Avellán Solines. Y lo dice con un descaro sin nombre: ni hay estabilidad de precios (sino pregunten a los vecinos de su barrio), ni aumentó el poder adquisitivo, ni ha reducido los niveles de pobreza (al contrario, el gobierno anterior nos llevó a niveles por encima de ese año 2000), menos aún hay mejores condiciones para la inversión y el crecimiento. Claro, con ese mito han querido colocarnos en el pedestal de una cima que nadie ve ni que nadie percibe.
Es verdad que salir de la dolarización es mucho más difícil que hacer una revolución democrática y transformadora. No cabe duda que fue una medida con un casi no retorno, pues eso significaría un cambio radical en todas las líneas de todos los sectores económicos.
Pero ese cuco, tras 24 años parece ya una muletilla de orden político para justificar todo: que no ganen las elecciones los candidatos de la izquierda, para eliminar los subsidios, para guardar nuestras reservas en Ginebra o, como ahora parece, para justificar el incremento del IVA tres puntos “sin ton ni son”.
Incluso, son tan descarados cuando dicen que los correístas quieren acabar con la dolarización y se olvidan que en los 10 años de gobierno de la Revolución Ciudadana jamás hubo el leve intento. Nos quisieron asustar cuando se aprobó la Constitución, tras la Constituyente de Montecristi, en referéndum diciendo que la nueva Carta Magna ocultaba la desdolarización en sus artículos. Nunca lo pudieron probar.
Lo grave de todo es que los mayores enemigos de la dolarización, quienes juegan con ella perversamente, son quienes sacan los dólares del país para ponerlos en paraísos fiscales, quienes aprueban leyes para la fuga de capitales, quienes espantan a los inversionistas y, sobre todo, aquellos que añoran vivir en EE.UU. y creen que con el dólar ya somos un espejo de la economía gringa.
Ya dejen de asustar con un cuco que no existe ni que a nadie convence. Está bien para los ilusos y para aquellos que se comen un cuento sin saliva. Seamos responsables, mucho más cuando los que usan esa muletilla se dicen economistas y más ministros de Economía y Finanzas. PUNTO.