Editorial de Radio Pichincha
En tiempos de la apolítica y de posverdades siempre salta la pregunta: ¿de qué orientación ideológica es la militancia de Pachakutik? ¿Son de izquierda, de derecha, a conveniencia o de cualquier cosa?
Pero como dice el refrán “por sus obras los conoceréis” no queda más que reducir, con todo lo que implica, que esa militancia, ahora en 2022 y desde mayo del año pasado, es gobiernista, lassista, de derecha o al servicio del poder financiero. Votan con los asambleístas de CREO, de esa bancada al servicio del mejor postor llamada BAN. Pero ante todo esa militancia pachikutesca es anti correísta, no importa si del bloque de la Revolución Ciudadana sale el mejor proyecto a favor de los indígenas que dicen representar. No importa, hay que votar en contra.
En lo concreto: hoy por hoy ya sabemos a qué representa y a quién representa la organización considerada, hasta hace poco, el brazo político de la Conaie. Luego de la votación en el juicio político a los vocales del Consejo de la Judicatura y tras el retiro de la acusación de Guillermo Lasso contra cinco pachakutiks, entendemos mejor que les importa un pepino la inseguridad crónica del país, la venta de los bienes y empresas públicas, el estado del sistema de salud, de la deserción escolar o de la narcopolítica que se inserta en esferas de la Fuerza Pública, menos aún de los videos y audios que prueban los niveles de corrupción en el gobierno.
A propósito, si el núcleo o semilla política de Pachakutik es la Conaie y si ésta le ordena votar por la sanción a los vocales de la Judicatura, pero no le hacen caso, entonces ya podemos decir con absoluta frontalidad que esta organización es la mejor representante, el mayor reflejo y el mejor símbolo de lo que se conoció hace más de una década como “partidocracia”. Es decir, solo obedecen a los intereses partidarios, más aún individuales de sus dirigentes. ¿Acaso no es esa la expresión de una de sus militantes llamada Guadalupe Llori?
Pachakutik ha tenido poder, ha estado en el poder y ha disfrutado del poder. No ha ganado la presidencia de la República, ha compartido sus beneficios con distintos mandatarios; ha tenido alcaldías, prefecturas, legislatura y juntas parroquiales, sin dejar de lado direcciones provinciales de distintos ministerios.
Siendo así, ¿sus militantes pueden llamarse o autodefinirse como oposición permanente al poder? ¿Es posible sostener un romanticismo político e ideológico con sus militantes por su origen étnico? No, ya no. Hay que entenderlos como parte de un poder fáctico, que determina sus acciones en función de sus intereses. En algunos casos, son intereses muy personales, para beneficios particulares y privados.
Si algunos de los actuales asambleístas, declarados rebeldes, se han apartado de la línea de mando de personajes bastante precarios como Quishpe o Santi, no han demostrado a cabalidad su coherencia política, a pesar del costo que cargan por defender a una organización que ya no es simbólicamente la expresión del movimiento indígena en pleno de un país pluridiverso e intercultural.
Ayer circuló el audio de uno de los asambleístas de Pachakutik que supuestamente se apartaba de ese grupo entregado al gobierno y de quien se esperaba votaría a favor de enjuiciar a los vocales de la Judicatura. En ese audio se escucha con claridad que no le importa nada que la corrupción habite en el sistema de justicia. Hay otros intereses. Allá si la ciudadanía tiene que esperar meses por una citación, sentencia o absolución judicial.
¿Cuántos parientes y amigos de los altos dirigentes de Pachakutik ocupan cargos en niveles inferiores del gobierno en las provincias de su influencia?
Ojalá respondan a estas inquietudes, ya ni siquiera para entenderlos mejor, sino para definir con mayor entendimiento con quién cuenta la democracia para fortalecer las instituciones o simplemente para castigarlos en las urnas.