El gobierno húngaro ha conseguido que no se discuta sobre los casos de corrupción que abundan entre sus funcionarios de cara a las elecciones del 8 de abril. El país debate sobre los inmigrantes y los refugiados. Incluso en ciudades donde hace años que nadie ha visto un extranjero.
Tampoco se están discutiendo el estado deplorable de la sanidad pública o los bajos salarios que convierten a Hungría en un gran exportador de jóvenes trabajadores al resto de Europa.
El presidente Viktor Orbán lleva años machacando con el mismo mensaje “Hungría para los húngaros, fuera inmigrantes”. Incluso a los pequeños contingentes de refugiados de las guerras de Medio Oriente se los recibió con carteles que les daban la “no-bienvenida”.
Orbán buscará una segunda reelección prometiendo el cierre definitivo de las fronteras y prohibiendo la llegada de más inmigrantes y refugiados. “Hay que elegir entre dos caminos para Hungría”, afirmó Orbán. “O elegimos tener un Gobierno nacional, y en ese caso no nos convertiremos en un país de inmigrantes, o la gente de George Soros formará Gobierno y Hungría se convertirá en un país de inmigrantes”, dijo el líder mostrando el verdadero cariz de su partido Fidesz, retrógrado y antisemita.
Todos los países postcomunistas cuentan con una clase política que señala a Soros como titiritero de los partidos opositores o más prooccidentales. Más allá del financiamiento real de muchos de estos movimientos y organizaciones por el magnate financiero, la prédica de estos partidos esconde un tufillo filofascista, misógino y homofóbico.
La población vive un enorme desencanto por la política y el crecimiento de los movimientos de extrema derecha en el resto de Europa, muestran una tendencia muy preocupante que cuenta en Hungría con una punta de lanza de este movimiento ultraconservador.
El segundo partido en la preferencia, Jobbik, es todavía más violento y critica a Orbán por no ser lo suficientemente drástico con los extranjeros, al mismo tiempo que denuncian los escándalos de corrupción del Fidesz.