Por: Andrés Luna Montalvo.
El formidable gol olímpico que anotó Damián Díaz el pasado jueves 07 de abril frente al Wanderers fue uno de los mayores contenidos visuales que se exportó desde Ecuador al resto del mundo. La picardía, la elegancia, la desfachatez, el precedente de un penal errado y la vitrina ideal de un torneo internacional como la Copa Sudamericana, hicieron de esta bella escena un tema para comentarlo en todas las charlas futboleras de la semana.
Pero la conversación no termina en “¿viste el golazo?”, sino que despertó el viejo anhelo de que el gran ídolo del Barcelona Sporting Club pueda acceder a la nómina de la selección que viajará al Mundial de Qatar. Esto se explica desde la pasión y no desde la pizarra del director técnico; en una liga local donde escasean las figuras y los clubes han apostado estrictamente por dar oportunidad a sus canteranos en proyectos que les sean rentables a futuro, los ídolos no abundan.
Es ahí donde se explica la devoción por Díaz: es el último fetiche, el jugador que ha paseado clase desde el 2011 y ha celebrado los tres últimos títulos ganados por el Barcelona. A “Kitu” le tributan la devoción que en su momento se la rindieron a Alfaro Moreno o a Rubén Darío Insúa; los cultos a Díaz nos hacen recordar la feligresía que clamaba por Carlos Muñoz. Las hazañas del 10 de Barcelona se repetirán retratadas como aquellas de Carlos Luis Morales o las que se transmiten oralmente por los más viejos del lugar cuando mencionan a Chuchuca, Cantos o Lecaro.
Penosamente, en la actualidad, ninguno de los otros grandes que disputan la Liga Profesional puede presumir de un ídolo vigente en sus plantillas. En Liga Deportiva Universitaria no se cuenta con un Salas, un Escobar, un Carrera o un Bieler desde hace varios años, lo propio sucede con Emelec, que no ha podido construir en las últimas campañas un jugador símbolo para su afición. Ahí es donde marca la diferencia Damián Díaz, porque la selección nacional no lo necesita, pero la afición amarilla enamorada del fútbol quiere que su máxima insignia represente al país, que vuelva a vestir la casaca más sagrada que tiene el Ecuador. No se trata de deporte, se trata de amor.