Editorial de Radio Pichincha
Aunque no resulta del todo extraño, en la práctica somos testigos ya de la desaparición de los partidos políticos. Salvo por el movimiento Revolución Ciudadana, la proclamación de los candidatos presidenciales ha sido cuestión de poner un tuit o hacer una declaración frente a cuatro o cinco personas.
Lo que se denomina democracia interna ha quedado como una pantomima para quienes creen que ejercen la política, paradójicamente, desde la NO POLÍTICA. Y eso tiene que ver con que ahora es muy fácil pedir prestado un partido, una sigla o un número del casillero electoral para ya constituirse, supuestamente, como una organización partidista y, con ello, aspirar a acceder al poder.
Y señalábamos la excepción porque el sábado pasado el movimiento Revolución Ciudadana congregó a miles de sus militantes y simpatizantes en la ciudad de Portoviejo, tuvo transmisión en vivo y en tiempo real de sus decisiones frente a “propios y ajenos”. Con ello, como dicen los analistas y consultores políticos, mantuvo la atención política durante varias horas y luego dejó claro que su dinámica partidista lo coloca como la única organización con militancia real y no solo virtual.
Más allá de eso, hay algo que hacer en el Código de la Democracia para que esos candidatos sin ninguna trayectoria, salidos de una buena chequera o de una vanidad extrema, respondan a una doctrina, a una militancia y a unas responsabilidades con quienes los colocan en una papeleta. Caso contrario, tendremos fenómenos como el del mismísimo don Guillermo o los que ahora lucen en la papeleta para el 20 de agosto, que ni siquiera son conocidos entre su familia y luego, cuando ganan, hacen lo que les ordenan sus bolsillos, sus egos o vanidades y ni siquiera tienen cuadros para nombrar ministros o asesores.
Incluso, esas supuestas alianzas son una de las bascosidades que nadie asume ni acepta. Aparecen los de derecha con esos que se dicen de izquierda, porque se auto declaran “ni de izquierda ni de derecha”. Pero cuando ganan una curul se venden al mejor postor y cada voto se cotiza según las “hambres atrasadas”.
Podríamos decir que de seguir así las candidaturas a asambleístas serán cualquier cosa y luego el prestigio del Poder Legislativo seguirá a la baja.
Es cierto que por todo esto la gente se aleja de la política y con ello solo ganan o pescan a río revuelto los mercenarios, los periodistas apócrifos o los que se disfrazan de indígenas y ambientalistas, para luego desaparecer de la escena social cuando pierden y no tienen más militancia que su negocio privado o su “hobby” particular. PUNTO