Por Nicolás Esparza
Para celebrar los 40 años de la carrera de Willy Wong:
Padre, hijo, amigo, esposo, niño, músico y leyenda.
Voy a repetir el ruido de eso que se quiebra
Mónica Ojeda
Preludio
I
Respetar a una persona sin conocerla, no es posible;
el cuidado y la responsabilidad serían ciegos si no los guiara el conocimiento.
Erich Fromm
Siempre hay que reflexionar un poco antes de intervenir
decisivamente en los asuntos de los demás.
Franz Kafka
El 2020 ha sido un año determinante para todo el mundo. No solo los cumpleaños han tenido que celebrarse por Zoom, sino que muchas efemérides han quedado relegadas a espacios íntimos, casi sectarios. Guglear a Willy Wong, identificar un hilo que me pudiera llevar a saber más de él, rastrearlo y formarme una idea de él a partir de lo que se ha dicho en internet me ha resultado un poco infructuoso: solo se registran unas cuantas actividades en las arenas de internet, entre los años 2010 y 2015. El resto ha sido enterrado por las dunas de la ingratitud.
Hace diez años se celebraron treinta años de su carrera musical. Hace cinco, Willy ofrecía clínicas para músicos iniciados. En diarios nacionales se lo ha dejado de mencionar desde el 2013. Mayormente, he hallado información a través de su canal de Youtube y su cuenta de Facebook. Sin embargo, no ha habido actividades desde el 2015. Lo que resultó más preocupante: la celebración de su carrera musical no la registraron los diarios. Todo ha sido a través de la autogestión y el poder hallar ciertos fragmentos de conciertos y videos en internet. En el marco de sus cuarenta años de carrera es menester, entonces, revivir su figura. Ampliarla. Atesorarla. Legendarizarla.
Para poder llegar a él y conocerle mejor me he valido de una tríada polifónica que me pueda dar mayor certidumbre sobre cómo es la figura del baterista guayaquileño. La unidad tripartita la conforman Lee, joven lector y baterista; Megan, baterista y percusionista; y Ailyn, artista visual. Todos ellxs son Wong. Todos ellxs son artistas y lo han sido siempre, pues es algo de familia. Y, lo más contundente aún: todxs han heredado la misma sensibilidad, no solo musical, sino para con el mundo, como una poética colectiva.
Lado A: Por separado
II
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Federico García Lorca
Ailyn Wong dibuja niñas. Su carrera artística ha seguido un camino diferente del de su familia, toda de músicos y, sin embargo, por el materno revela ser hija de una pintora. Cuando habla, comunica tanto como puede por todos los medios posibles. Tiene ojos grandes y gestos ligeros, llenos de gracia. Mientras habla, pasa de una posición abierta -con la espalda estirada mientras se agarra los cabellos- a una posición cerrada: sube las piernas, las recoge y forma un ángulo agudo con ellas. Considera que el tacto es el sentido más importante: nada equivale a tomarle la mano al padre cuando camina, por ejemplo. Las niñas que pinta Ailyn proceden de un lugar autónomo, acaso ambiguo. Recibe comentarios por la paz que logra transmitir su producción y esto la regocija, pero revela que no siempre proceden de un lugar diáfano y apaciguado. Hay cierta oscuridad en lo que produce. Cuando piensa en Willy Wong, piensa en un padre que expone la parte que aún tiene de niño. No sabe si lo hace voluntariamente o no, pero su sensibilidad, la de él, es la certificación de su poética.
Cuando ve un gato, Ailyn canta y se asombra. Sus ojos saltan, su boca se abre. La sensibilidad Wong, aquella que es como la de un niño, también le habita a ella y a su obra. De Willy, rescata su habilidad para poder comunicarse con gente de toda edad, en particular con los niños. Recuerda, además, su apoyo constante cuando necesitó de sus consejos, puesto que le ayudó a hacer frente a comentarios hirientes y a ponderar la relevancia que el emisor tenía en su vida. “Está bien”, recuerda que le dijo. Asocia a Willy con un pañuelo verde que él usaba cuando vivían en la playa, en Manglaralto. De hecho, recuerda haberse llevado un abrigo verde de él, que había vestido en un concierto de Charly García. La intención era jugar diciendo que Willy estaba verde, como la canción. Sobre su trabajo visual, Ailyn sostiene que abunda en la introspección. Sus palabras son firmes, su ritmo es fluido y lleno de metáforas. Asegura haber transitado por ambos polos del espectro humano, tanto lo blanco como lo negro. Su padre también.
El libro favorito de Ailyn se lo dio a conocer Jolie -la madre de Lee, su hermano-, Donde el corazón te lleve: no se fiaba tanto del corazón, pero ha podido hacer frente a ello incluyendo la razón. También le gustan El Principito y Alicia en el País de las Maravillas, pero su favorito es solo uno. Le gusta aquel libro porque le permite pensar en las reconciliaciones. Ha logrado identificar cómo los traumas se heredan y cuáles son los mecanismos para poder sobrellevarlos. Piensa en su padre como aquel niño que siempre ha sido y, sin embargo, no por ello es infantil: es lúdico. También es lindo, como un zorro: con aquella astucia que la tradición le ha heredado. Cuando piensa en padre, el verde le sigue viniendo a la mente. “Todo lo que hace es por su inocencia”. Cuando piensa en la música de su padre, una ballena azul flota: es una metáfora, pero también es literal: hay ballenas cantando en las canciones de Willy Wong.
III
“Me dan ganas de arrancar ese pedazo de pared,
enmarcarlo, y colgarlo ahí mismo, como un cuadro”.
Giuseppe Caputo
Lee ha crecido. Ahora tiene doce años y está en 8vo EGB. Siempre fue muy maduro para su edad. Esto siempre angustió a su madre, Jolie, porque las preocupaciones de Lee eran preocupaciones de adulto. Él confiesa que aún se demora comiendo, incluso estando en octavo curso. Para distraerse del tedio del acto mecánico, Lee lee: es un juego de palabras como todo en su lenguaje. Acaso sea también un designio: alguna vez pensó ser escritor, pero se ve más como un profesor. Un hombre de letras, al fin y al cabo. Usa lentes y sigue siendo risueño. Su inocencia es la del Principito, aquel libro que gusta a su hermana, aunque los favoritos de él sean los de la saga de El diario de Greg. Lee es baterista, pero contempla la carrera de músico como una profesión mal remunerada. Por eso también desea dedicarse a la docencia de la música. Ama los gatos. Tenía decenas de ellos, pero ya no tiene tantos porque se mudó y ya no vive con su abuela.
Lee, como sus hermanas, también es alguien que se crio en la playa y entre músicos. A diferencia de Ailyn, cuyo cuerpo fluye conforme habla, Lee se mantiene calmo, pero nunca se pone rígido. Él piensa que hay gatos y gatos, porque hay unos que le quitan la comida a otros. Estos “unos” son, precisamente, los gatos más grandes. Si alguno moría, otros dos gatos entraban a reemplazarle. Lee contempla la muerte como un espacio de alivio para estar lejos del tormento. Entre un gato abusivo y un compañero ruidoso en la clase, Lee prefiere a este último: considera que las clases en el sistema educativo actual son aburridas. Lee, después de meditarlo, quiere enseñar a hacer preguntas, no a responderlas. De todas formas, Lee considera que muchas cosas en la vida no son polaridades, sino que todo está sujeto a un depende. Por eso, empatiza con los gatos que le quitan la comida a otros gatos porque lo hacen para defender a sus gatitos y llevarles de comer. Con un hablar pausado, tranquilo y meditado, Lee pareciera haber vivido mucho para la edad que tiene. El haber estado leyendo siempre le ha dado esta potestad. “Hay veces en que uno necesito llorar para liberar los sentimientos”. Considera que se necesitan los extremos, feliz y triste, por ejemplo, para llegar a un depende porque, como dice “es raro estar con alguien que siempre sea feliz”.
Para Lee, la escucha es importante: se puede saber qué le pasa a alguien, de una manera “más clara”, cuando escucha cómo está su voz, para saber “cómo se siente”. A pesar de los depende y los puede ser y los y si…, para Lee existe la certeza de que los mejores momentos los ha pasado junto a Willy, como cuando iban juntos a la estación de radio: recuerda con alegría a las personas que conoció, la posibilidad de escuchar y ver a su padre locutar, verlo poner música. Mientras Lee habla, muestra un cuadro amplio y sostiene un folder verde con recortes de periódico de la carrera de su padre: el Hijo del Rock n Roll. Pero, para Lee, su padre no es solamente eso, también es el Padre de las futuras Artes, Hijo de dos Polos Opuestos, Hermano de una gran familia, Amigo de Ecuador. Detrás de Lee, en el cuadro de tonos azules, se lee la dedicatoria: “En cada despertar de cada nuevo día estará contigo tu amigo, tu maestro, tu padre.” Pareciera ser que Lee es parte de Willy, como Willy lo es de él: son Wil-lee. Se entusiasma al hablar de una serie televisiva en la que su padre le ha planteado representarle, personificarle: Con esto, Lee podría vivir en carne propia las aventuras que su padre ha vivido en tantas diversas empresas.
La sensibilidad de Lee remite a la incandescencia artística de su padre: sus doce años no lo alienan; más bien, les da la certeza de que lo que quiere es seguir haciendo lo que hace su familia: cambiar al mundo, escuchándolo, haciendo música y desde la academia. Para Lee, su padre es como el color blanco: incluso si no lo merecen. Por eso lo relaciona con los gatos: a veces toca defender a los suyos. Lee considera que lo más importante que ha heredado de su padre, como conocimiento, es el ser empático. Por eso, recuerda siempre que aunque haya personas malas, no hay que rendirse por nada ni por nadie. La comunicación entre Willy y Lee cubre todos los rangos: son dos adultos que se mueven por el mundo como niños.
IV
Alguien escribe en mí, mueve mi mano,
Escoge una palabra, se detiene,
Duda entre el mar azul y el monte verde.
Octavio Paz
A Megan le gusta crear. Si ella fuera una carta del tarot, sería la emperatriz: todas sus empresas dan frutos. Se dedica a la música profesionalmente, como su padre, a quien contempla como alguien talentoso y soñador. Megan y Willy tocan la batería profesionalmente y comparten una conexión musical única. Su voz se torna más cálida, más firme cuando habla de él. Al igual que sus hermanos, Megan también alberga muchos recuerdos de Willy estando en la playa. Los trabajos de composición de Megan surgen desde un lugar cercano a la luz, lo que converge con la sinceridad con la que su padre trabaja: ella afirma que sabe qué es lo que Willy quiere cuando le muestra unas partituras. “Tú puedes hacer todo lo que tú quieres, pero haz que la gente te aplauda.”, es uno de los consejos más presentes que ella haya recibido de su padre y, fiel a la verdad y al resto de la familia, la música vibra en el trabajo de ambos. Cuando piensa en la música de Willy, le vienen a la mente un dragón y el color azul. Lo primero, por la potencia y el poder, pero, a la vez, porque crece, se potencia y cubre infinitos rangos: azul como el cielo, como los ojos, como el mar. La música de Willy es un dragón azul que vibra y sobrecoge. Es por eso que Megan ha decidido transmitir a su hijo, Nico, todos los secretos que su padre le cede: es una herencia tan íntima el poder aproximarse a la poética musical de Willy como ella lo puede hacer: por su fiereza, por su imponencia, por su persistencia.
Ahora, en su nivel de leyenda, Willy acompaña a Megan en su estudio y colaboran en una dinámica inagotable: cuando él muestra algo, ella sabe exactamente qué es lo que él querrá. Es por eso que desde su primera vez dando pinceladas, antes de los cuatro años, ella ya hacía arte: es algo que Megan no olvidaría. Ríe y su voz se vuelve como una estrella: se pone trémula porque, como él le dijo alguna vez, ella para su padre es el firmamento, junto a sus hermanxs.
Lado B: Ensamblados
V
Mother says I was a dancer before I could walk
She says I began to sing long before I could talk
And I’ve often wondered, how did it all start?
Who found out that nothing can capture a heart
Like a melody can?
Well, whoever it was, I’m a fan
ABBA
Hoy, 14 de febrero, Willy Wong probó sushi por primera vez en su vida. Han pasado más de cincuenta años sin haberlo probado. A su lado izquierdo, Megan le pregunta si le gustó el arroz con pescado. Ailyn, al lado derecho, comenta que es sushi. Willy avanza con el sushi: lo empapa en la salsa y lo engulle. Sonríe de satisfacción. Es 14 de febrero y Nico, el nieto de Willy, cumple años. Megan y Ailyn se encuentran a los lados de él, resguardando a Willy. Al frente, están Jolie -la mamá de Lee-, Leonel -el esposo de Jolie-, Angélica -amiga de ellxs- y Nicolás -quien los entrevista-. Es 14 de febrero y es la primera vez en el año que los Wong se reúnen. Coincidentemente, a pesar de ser el cumple de Nico, el nieto, y de ser una fecha para poder celebrar amores y amistades, la verdadera razón que los congrega es festejar los 40 años de carrera musical de Willy Wong. Sus tres hijos, Megan, Ailyn y Lee, están con él. También está su yerno, esposo de Megan y padre de Nico. A manera de aquelarre, todos están alrededor de cuatro mesas afuera de una heladería. El sol está vibrante, como para ir a la playa o lavar ropa. La tarde pasa fresca y afuera de la heladería un carrito de helados suena sus campanas. Acaso quiere venderle helados a quienes ya consumieron helados.
Vistos desde afuera y sin reconocer quiénes son, parecerían una familia más que pasea en grupo. La realidad, sin embargo, es otra: músicos, artistas visuales, docentes coexisten en este armonioso grupo de diez personas. Willy viste una camiseta roja con un dragón. Megan y el esposo, camisetas de Barcelona. Ailyn, una blusa floreada. Lee y Nico, camisetas blancas. Al encontrarse todos juntos, era fácil identificar patrones: Megan y Ailyn guardan parecido, así como también Lee y Nico. Tanto Willy como Ailyn hablan con las manos. Willy es piscis. Su cumpleaños es el 19 de febrero. Desde el domingo 14 hasta el domingo 21, Willy habrá celebrado tanto su cumpleaños, como el de Nico, el de Jolie y los cuarenta años de su carrera. Willy tiene la emoción de un niño: sus gestos, sus ideas, sus palabras guardan similitud con la eternidad de quien ve las cosas con la intención de maravillarse y maravillar a otros.
VI
Memoria iluminada, galería donde vaga la sombra de lo que espero.
Alejandra Pizarnik
De los bolsos que todos cargan sacan carpetas y diversos objetos: se despliegan pósters, recortes periodísticos, revistas de música, CD’s, baquetas firmadas, discos grabados para otras personas; en suma, el registro de una carrera con larga trayectoria. Willy comienza a relatar cómo todo fue surgiendo. Dice que guarda un diario de cuando tenía catorce años. El cuaderno se mantiene intacto. Ahí, se cuenta cómo él y sus amigos se conocieron. Willy dice que el verdadero comienzo de todo se dio con Abraxas. Debido a esto, Willy pudo pasar junto a los Rolling Stones durante dos días. Mientras relata la anécdota de cómo les saludó a los Stones, cuenta, a la vez, que Ailyn y Megan ya habían nacido: es decir, Willy-músico y Willy-padre ya cohabitaban en el mismo cuerpo. Cuando revisa sus fotos y las portadas de sus discos, se ríe: “un chino con permanente”, dice mientras se ve a sí mismo en su primera portada.
En el 93, Willy tocó en la Copa América. Cuenta cómo un amigo de él, que vive en el extranjero, le dijo que lo vio tocar en el evento. Él llama a esos años sus mejores años. Mientras se sacan las cosas de los bolsos, más recuerdos se despliegan. La emoción no solamente es de Willy: la comparten Megan y Ailyn. Abraxas, Taller, Banda Anónima, Willy Wong and the Brothers están, literalmente, sobre la mesa. Willy cuenta anécdotas sobre Rumba Tres, Boddega, la numeraria Baquerizo, Mike Albornoz, Segovita, Viejo Napo y hasta León Febres Cordero. Cuenta cómo han crecido los hijos, tanto los propios como los ajenos. Cómo los amigos de la infancia crecieron y se siguieron frecuentando entre ellos. Cuenta desde la emoción despierta, como con pájaros que le salen de la boca. Tiene el ingenio vivo, como luciérnaga atrapada en una botella. Las risas y los comentarios van y vienen. El heladero sigue dando vueltas y, aunque Willy sea ya un hombre mayor con dos hijas adultas y un hijo adolescente, verlo conversar con todo el mundo transmite un aire de tranquilidad. Es un hombre transparente. Sus emociones están conectadas directamente con su ingenio y sus palabras son medidas, meditadas, pero copiosas.
Las hijas le dicen papi. Lee le llama mi papá. Hay una suerte de orgullo escondido cuando enuncian estas palabras. Es decir, no es precisamente una relación forjada desde la verticalidad tradicional. Esto es más una comuna, un clan en el que todos son iguales. Mientras revisan los objetos y revuelven recuerdos, una foto de Willy aparece: un campo sembrado y él en medio. Dice él mismo que es un espantapájaros. Lo que él no sabe es que remite a otras figuras míticas que se han vuelto legendarias y canónicas: sus brazos extendidos a los lados forman una cruz y es inevitable pensar en Jim Morrison y Jesucristo. Willy Wong está predestinado a ser leyenda.
VII
El gran arte, a menudo, es huérfano.
Marcela Ribadeneira
Existe, sin embargo, un problema. Jolie y Megan lo discuten. Willy revuelve los discos y solicita que le presten algunos para poderles sacar copias. Por ahí, aparece la canción Montañita. Hay maquetas de canciones guardadas en un bolso pequeño. Quién podría decir que para ser genio e inmortal solo se necesita unas cuantas cosas que permitan remover las memorias. Willy dice que nunca incursionó en la política, aunque se lo ofrecieron. Dijo que prefería ser amado por unos pocos que ser odiado por muchos. El problema está en que ahora debe ser recordado y visibilizado. Jolie le dice a Megan que en Spotify sigue a Segovita y también a Iguana Brava, la banda en la que Megan participa. Megan dice que alguien debería de subir pronto a Spotify todo el trabajo de Willy, desde Abraxas hasta la actualidad. Existe una generación entera que no ha escuchado Noches de alcohol, como mínimo. Entonces, el problema latente es poder dar a conocer a Willy y su trabajo, tanto en las plataformas digitales como en las memorias colectivas. El genio de un hombre debe reproducirse y democratizarse. Diez años atrás, sus treinta años de carrera fueron celebrados y hay registro de ello en Youtube. Ahora, al congregarse por sus cuarenta años, surge la necesidad de que se abra un espacio y poder acceder a su obra.
Sonriente y seguro de lo que dice, Willy habla de sus proyectos. Confiesa que es difícil poder sostener conciertos, peor ahora en el contexto que se vive. Sin embargo, desde hace tiempo ha estado planificando un programa de televisión, una película, un cómic, entre otros proyectos para inmortalizar sus proyectos de vida.
Cabe entonces preguntarse, ¿qué cosas caben en cuarenta años de carrera musical que deban ser contadas? Para Willy la respuesta es fácil: la camaradería es elemental. Sin pandilla no hay proyectos. Sin pandilla no hay diálogos. Sin pandilla no hay creación.
Willy Wong es como Jesucristo y Jim Morrison: es un alma que se debe a las masas.