Editorial de Radio Pichincha
Vivimos el peor momento de la historia política y social del Ecuador. Aunque suene a exageración, es más grave que la del feriado bancario y de la caída de Lucio Gutiérrez, de largo. Y hay varios motivos y algunas cifras contundentes.
Para empezar, aunque parezca obvio: las muertes violentas son las más altas de toda la historia. Y por tanto, el riesgo de morir es latente, cotidiano, nadie se podría librar de un fenómeno de esta naturaleza, salvo los que tienen escolta policial y mucha plata para la seguridad privada.
Otro dato revelador: más de 100 mil personas se han ido de este país, pero si se podrían ir muchos más, esa cifra se multiplicaría por 10. Los más jóvenes no tienen ningún interés de quedarse en el país y los profesionales buscan algunas opciones en el extranjero, según los estudios y sondeos.
El riesgo país supera los 1700 puntos. Y esto ocurre con el gobierno de los empresarios y banqueros que decían que ese riesgo, en otros gobiernos, era porque los “socialistas no saben administrar ni la tienda del barrio”.
Pero lo de fondo y de mayor preocupación es el abandono y la desidia hacia la gente. Los gritos de María Belén Bernal pidiendo auxilio en la escuela de Policía son el símbolo potente y dramático que vive todo el país: nadie te ayuda, nadie te da la mano y te puedes morir, por ausencia de medicinas, hospitales, policías y seguridad. Nadie siente que puede pedir auxilio en los momentos más duros o dramáticos. Ya pasó en la pandemia y ahora en muchos campos y servicios públicos.
¿Cómo se revierte esta situación? ¿Con una foto en Carondelet o derrumbando edificios? ¿Cambiando a un ministro o a una cúpula policial?
Todo apunta a que, al menos, el cambio inicia con un liderazgo empático con la gente, actuando de inmediato y resolviendo sobre la marcha los problemas urgentes y emergentes. Este país no tiene un líder que defienda a su gente de modo directo. Uno que otro alcalde o prefecto algo intenta, pero no le alcanza. Menos aún podemos tener alguna esperanza en la Asamblea.
Por tanto, no hay luz al final del túnel. Hay que decirlo, con el dolor del alma. PUNTO