Las medidas económicas ponen a Lenín Moreno en la cuerda floja de su legitimidad.
Se puede observar que en diez días de protestas contra el Gobierno de Lenín Moreno, Quito se volvió en un campo de batalla donde las movilizaciones alientan a múltiples sectores de la sociedad ecuatoriana. Siempre existirán aquellos actores anónimos que cambian la vida de los pueblos.
Barricadas, incendios, multitudes, corridas, gases, heridos, muertos, es prácticamente un escenario de guerra, donde se escuchan detonaciones, gas lacrimógeno y perdigones contra los insurrectos, dando oídos los escuadrones policiales al Estado de excepción y Toque de queda.
Los indígenas y transportistas habían logrado encender la mecha de la rebeldía, las avenidas en torno a la Asamblea Nacional, era el punto cero de las manifestaciones, ríos de gente en medio de humos de fogatas y gases, todos la sociedad representada: jóvenes, profesionales, trabajadores, estudiantes, mujeres, personas solidarias, con la ira y enfado de quien mintió desde un principio a su pueblo, el Gobierno de Lenín Moreno.
Los carros de ayuda humanitaria, llegaban llenos de alimentos y vituallas para los manifestantes, otros solidarios regalaban paños con vinagre y agua con bicarbonato como paliativos contra el efecto de los gases, este 12 de octubre fue el símbolo de la resistencia de Quito.
La Casa de la Cultura se volvió el crisol de resonancia popular para que el Gobierno nacional retroceda con la pretensión de las medidas económicas que desea implantar con el Decreto presidencial 883, es claro que la aceptación de Lenín Moreno está por los suelos.
Quito siempre fue y es solidaria con el movimiento indígena, en acogida en las universidades, en su estadía y alimentación, y en su lucha junto al pueblo, un ejército de socorristas voluntarios que se mueven como hormigas incansables para apoyarlos.
Ya no eran solamente las comunidades ancestrales, eran los barrios que empezaron a hacer sentir su indignación, en toda la ciudad capital, muchos con banderas tricolor Patrio, y muchas hogueras que nacían en casi todas la avenidas principales de Quito. El Toque de queda fue más leña al fuego del descontento popular.
Una señora que venía desde las barricadas de la Contraloría y el parque el Arbolito decía “esto es una injusticia que hacen, matar a hombres, mujeres, solo por estar luchando por nuestros derechos (…) somos el pueblo que lucha, estoy orgullosa de mi gente indígena porque yo me siento indígena también».
Las tácticas situacionales del Gobierno le hacían caer un peldaño más abajo a lo oscuro de la historia, el Estado de excepción, Toque de queda, represión policial y militar por doquier, pero cada vez más fuerte era el repudio en la gente que estaba en la calle y mucho más fuerte en las redes sociales.
Un joven del pueblo Puruhá gritaba su indignación, «Somos gente que estamos protestando por un bien común, un bien para todos, no queremos ser más pobres de lo que ya estamos, la gente pobre que puede comprar un pan ya no va a poder siquiera comer, y ese es el pueblo que está reclamando eso, si la gente no se levanta hoy este Gobierno se va a seguir llenando los bolsillos de dinero».
El cacerolazo fue la voz de las familias contra las medidas económicas y contra el aislamiento político al movimiento indígena, que pretende Lenín Moreno, ya en la cuerda floja de la legitimidad por las medidas económicas y la violencia con que a enfrentado el descontento social en estos diez días.
La Conferencia Episcopal ecuatoriana y las Naciones Unidas informaron que este domingo 13 de octubre se realizará una mediación para el diálogo entre el movimiento indígena, como actor principal de la movilización y el Gobierno Nacional.
Intentar dialogar con el Gobierno ha costado muertos, heridos, detenidos, una onda represiva que no se había vivido en el país desde la caída de varios presidentes. Esta tregua tiene una esperanza frente a un gobierno que ha aplicado políticas dentro del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que han sido rechazadas por el pueblo ecuatoriano.
Fuente: Sputnik