Editorial de Radio Pichincha
No hay un solo día que no nos sorprendan con el video de un crimen, crudo, violento, de un asesinato a mansalva, en cualquier parte del país. Ya no es solo Guayaquil o Esmeraldas. Este fin de semana, Calceta, en Manabí, se paralizó, literalmente.
Vivimos la peor inseguridad de la región, ni siquiera Colombia o México viven, en estos momentos, una situación de esta gravedad y magnitud. Y nadie puede advertir que esto va a terminar en el corto o mediano plazo. Por el contrario, conforme pasan los días, mientras más se alarma el país, menos confianza o expectativa existen.
¿Y la respuesta gubernamental? O es casi nula o apela a una retórica demagógica. O para ser más directos: no hay respuesta, no hay resultados, no hay nada que diga que se han implementado los mínimos mecanismos o protocolos para responder de modo inmediato ante la arremetida criminal.
Lo ocurrido en Calceta no es un síntoma o un indicio. Es ya la consagración de la impunidad, del modo más perverso de someter a un pueblo entero, sin que la Policía o la mal llamada ya Fuerza Pública responda y garantice un mínimo de seguridad.
En Manabí se asesina en la puerta de una escuela, en un barrio a plena luz del día, en un centro comercial concurrido o en cualquier restaurante. Tal como pasa ya cotidianamente en Esmeraldas o Guayaquil. Y entre las víctimas también hay policías. Si ellos, con su armamento, su supuesta autoridad para movilizarse sin riesgos son también el blanco, entonces ya no hay nadie que nos garantice vivir en paz.
Entonces, tenemos por delante un país a expensas de las mafias, con algunos policías involucrados en sus actividades, que hacen más difícil su combate y su neutralización. Mafias que no son ajenas a esas redes de corrupción en la justicia y ahora también en algunos estamentos del gobierno central, tal como se han denunciado a través de la difusión de audios y videos, que hasta ahora pasan en la completa impunidad.
Y, por si fuera poco, las más altas autoridades pasan desentendidas de todo. El mismísimo presidente de la República, Guillermo Lasso, hasta anoche, sobre lo ocurrido en Calceta no ha dicho ni pío. Menos aún sobre los sucesos en la Penitenciaría de Guayaquil del viernes pasado. Cero comentarios y nulas acciones desde Carondelet. El Ministro del Interior, Patricio Carrillo, parecería que anda de vacaciones. Y el secretario de Seguridad, Diego Ordoñez, no solo brilla por su ausencia sino que de todo lo ocurrido la semana pasada no ha dado una sola idea, iniciativa o política concreta.
Por eso nos preguntamos: ¿qué se ha hecho con los mil doscientos millones de dólares que Lasso dijo que se pondrían para combatir la inseguridad? ¿Carrillo dijo que los procesos son largos y por tanto no se tiene todo a la mano? ¿Hasta cuándo?
Pero para cerrar, queda bajo sospecha algo que ya se viene comentando desde diversos espacios y enfoques: todo indica que a este gobierno le gusta este ambiente, saca réditos políticos para sus propósitos muy particulares. Nos tienen con miedo, mientras los grandes contratos de publicidad, de supuestas inversiones y de acciones empresariales con el Estado siguen apuntando a los grupos aliados. Todo eso unido a la grave denuncia del asambleísta Luis Almeida de que se paga bien por los votos en la Asamblea para los juicios y leyes que son de interés de la Presidencia de la República.
¿A quién le importa si sale una ley o se enjuicia a los vocales corruptos de la Judicatura si al salir a la calle puede morir de un balazo en la cabeza?
¿Cuánto importa si le suben la gasolina o si les dejan sacar al extranjero toda la plata de los bancos, como ocurrió con una resolución de la Junta Monetaria, si los sueldos no alcanzan o las medicinas no están a la mano de los enfermos?
La anomia política da cuenta de unos funcionarios y unas autoridades nada preparadas para gobernar y también con una sed infinita de poder. Y ahí están esos medios y periodistas agenciosos hablando todo el tiempo del correísmo, lavando la imagen del gobierno y sembrando cizaña todos los días, para inyectar odio y venganza.
Nada está bien y no puede nadie conformarse con seguir oyendo noticias de crímenes y asesinatos a diario como si fuese normal, a menos que eso le guste al Presidente y a sus acólitos.