Por: Andrés Luna Montalvo.
Para nadie es desconocido que la crisis del Covid-19 es solo una más que se suma al desde hace tiempo alicaído fútbol ecuatoriano. Roles de pago firmados sin cobro, cédulas falsas, nombres que no son, confesiones de amaño de partidos, dirigentes presos, sentenciados, es un largo etcétera que vuelve, como las estaciones, cada año.
Pero el Coronavirus agudiza la situación y en lugar de continuar hundiéndonos en el pantano, es menester sincerar las cuentas y, como dice el refrán, “estirarnos hasta donde den las sábanas”. Entrenadores y futbolistas del exterior han huido del país en condiciones de desamparo, y no son pocos, la lista es infinita. Una de las historias más conocidas adentro y afuera es la del futbolista argentino Facundo Affranchino, ex jugador del River Plate, quien no cobró del Olmedo pese a que vivió meses en Ecuador entrenando con el equipo. Los dirigentes no lo niegan, su argumento es que nunca firmaron contrato y por lo tanto podía permanecer en Riobamba, quizás viviendo del aire o “comiendo galletitas”, como confesó en su país luego de aferrarse a un vuelo humanitario.
Otro caso más reciente es el del uruguayo Nicolás Queiroz de Liga de Portoviejo, quien denuncia no recibir “ni cinco dólares” del club, versión desmentida por la dirigencia, quien argumenta que, en estos cuatro meses, sí pagaron un básico. El futbolista que jugó para Emelec hasta el año pasado, vive compartiendo cuarto con la familia de otro compañero, al que desalojaron de la vivienda que arrendaba; la historia que se repite en cada club.
Pero lejos de lamentaciones, que no alcanzaríamos a contarlas, lo importante es comprender que Ecuador atraviesa una delicada crisis económica y el multimillonario negocio del fútbol no puede escapar de ella. Los clubes, sino todos al menos la mayoría, deben comprender que en las condiciones actuales optar por refuerzos foráneos es un despropósito y, si no hay pago de por medio, incluso un acto cruel. Echar mano de lo que está al alcance es lo que debe primar, y no hablo de un acto chovinista de contratar futbolistas o directores técnicos exclusivamente ecuatorianos, sino dar prioridad a quienes residen en este país, sea de la nacionalidad que fuere.
Un profesional radicado en Ecuador podrá atenerse al riesgo de ser contratado por un equipo profesional, consciente de que la probabilidad de que no le paguen o se retrasen desmesuradamente en su salario es del 50%, pero al estar en el país podría paliar la crisis de mejor forma que alguien a quien trajeron con engaños y ni siquiera conoce al tendero de la esquina para poder fiar la cena. El Nacional, otrora el mejor equipo del Ecuador, jamás pudo recuperarse de la suspensión de las contribuciones militares que se interrumpieron en el 2009, no solamente en lo económico sino en lo mobiliario. El retorno de Eduardo Lara, famoso técnico colombiano contratado para este año, es casi imposible.
El fútbol profesional ecuatoriano está en la obligación de cerrar los aeropuertos, es inhumano traer foráneos para luego no pagarles, cualquiera sea el motivo o la justificación. De Olmedo también se fue esta semana Darío Franco y todo su cuerpo técnico, motivos personales se excusó; por fortuna es un entrenador que vive en Ecuador como Geovanny Cumbicos quien lo reemplaza. Decenas de entrenadores nacionales y extranjeros se han radicado desde hace mucho tiempo en distintas ciudades del país y en ellos deberá recaer la responsabilidad del moroso balompié local, que salvo honrosas excepciones, debe hacer un mea culpa y aceptar que en la temporada 2020 y en las que puedan continuar, los gastos deberán moderarse y los refuerzos deberán ser locales, para que nadie más se vea en la penosa necesidad de huir forzadamente, y sin dinero, de donde nadie los conoce.