A siete días de la muerte de la activista Paola Roldán recordamos la cápsula del tiempo que construyó para su hijo y otros tesoros del pasado.
Puntonoticias.-Nunca una cápsula del tiempo tuvo tanto sentido como la que creó Paola Roldán para su hijo Oliver. Amorosamente trabajó durante un año para construirla. ¿Qué colocó ahí?: “regalos para sus cumpleaños, una caja con recuerdos míos, una caja con sus primeras memorias, cajas para los momentos importantes en su vida; cuando se enamore por primera vez, cuando le rompan el corazón, cuando saque su licencia de manejar, cuando salga del colegio…”.
Es un regalo hermoso, simbólico, que además tuvo el apoyo de un familiar para crear una “tipografía”, una letra como la que tenía Paola en sus viajes por el Asia. Le gustaba conocer el mundo y claro, quiso que su hijo lo supiera de su propia mano.
He pasado más de un año armando la cápsula del tiempo para Oliver. Regalos para sus cumpleaños, una caja con recuerdos míos, una caja con sus primeras memorias, cajas para los momentos importantes en su vida: cuando se enamore por primera vez, cuando le rompan el corazón, cuando… pic.twitter.com/HpagIBpOT7
— Paola Roldan Espinosa (@PaolaRoldanE) January 15, 2024
Apenas vi ese video remití a una película que me marcó en su momento: “Mi vida sin mí” (2003), una hermosa historia de una mujer que apenas descubre que está a punto de morir, deja una cápsula del tiempo para su hijo, mientras le encuentra a su esposo una nueva compañera y otras metas a cumplirse en el futuro. Otra referencia, sin duda, es la película de Christopher Nolan “Interestelar” (2014), que trabaja sobre el problema del tiempo, es gracias a una clave personal, íntima que un padre vuelve a contactarse con su hija, que lo espera en un mundo apocalíptico.
El librero Edgar Freire hace algo parecido. En su casa, donde convive con más de cinco mil libros, esconde entre volúmenes, fotos de sus hijos. Hermosos recuerdos, “que seguro ellos descubrirán cuando busquen un libro”. Ese sentido de travesura, de mensaje a través del tiempo es uno de los requisitos que cumplen estas cápsulas que atraviesan décadas hasta llegar a nosotros con un mensaje. ¿De dónde se origina esa tradición?, la respuesta es simple: en casa. En sobres postales y cofres donde los padres guardaban nuestros leves cabellos antes del primer corte, el diente de leche que, entre amarillento y sombrío, sobrevive amarfilado, los escarpines diminutos, las famosas “chambritas” tejidas con calor materno, los recuerdos de la primera comunión, perviven a los cambios de casa, al desorden y a la modernidad.
Recuerdo, con cariño, un cajón cerrado por siempre, donde mi madre guardaba más que joyas, fotos de su juventud. Nos tenía (a mi hermana y a mí) vedado el acceso a ese recuerdo, por eso cuando lo abría era una fiesta de risas por las modas pasadas, por la oportunidad de asomarnos a una época que no nos pertenecía.
Con emoción, mi hijo me recuerda que él también hizo su cápsula del tiempo, en donde ha guardado mensajes que escribió a los 10 años. Ha guardado dibujos, sus diarios de infancia, los nombres de sus primeros amigos y amigas y mensajes: “recuerda yo grande vuélvete biólogo y salva el planeta”, hay hasta una bolita de celofán con el que jugará la gata que tendrá en el futuro.
Yo también hice una cápsula del tiempo. Joven ilusionado comencé a reunir elementos para quien sería “el amor de mi vida”. Piedras de río, frases de libros, casetes con canciones. Elementos que le facilitarían a esa persona conocerme y claro, enamorarse de mí. Llegado el momento, se la entregué a una persona que se sorprendió de sobremanera con mi exceso de emotividad y se asustó.
Casi 30 años después recibí un mensaje por Facebook. La joven, ahora madre, vive en Canadá y decidió ponerse en contacto conmigo hace poco. Feliz de su presencia y por las reminiscencias empezamos un intercambio de mensajes que derivó en una amistad. Tarde, pero finalmente, la cápsula del tiempo me regaló una foto de mi corazón salvada del olvido.