Extraña la bulla propia que hacen los niños porque nada se compara estar al frente de una pizarra que de un computador.
Punto Noticias.- “Haber chicos vamos a silenciar los micrófonos, nadie habla y si quieren intervenir alzan la mano y les concedo la palabra”, así empieza sus clases Gabriela Pinto, una maestra que imparte materias de español en una unidad educativa particular de Quito que alberga a más de mil estudiantes.
Pero esta vez no está al frente del pizarrón y del bullicio de los pequeños de entre 7 y 8 años, sino de una computadora que en esta pandemia se ha convertido en su mejor aliada.
Aunque el servicio de Internet al principio le jugó una mala pasada, intenta a través de cada reunión por ZOOM acercarse a sus alumnos, de conocer sus inquietudes, cómo se sienten y que nunca pierdan la fe. Sabe que los niños también tienen sus propias historias y que algunos ni siquiera están con sus padres al momento de recibir las clases, porque están trabajando.
Una oración por el mundo, por el país, por los más desamparados no pasa desapercibida. Los niños se persignan y empiezan la jornada.
Las ocurrencias de los pequeños las extraña, pero sabe que lo mejor para ellos ahora es que permanezcan en sus casas, más aún cuando las autoridades educativas dispusieron que las clases se las realice de manera virtual.
Nada es igual… El tener que aplastar una tecla para silenciar a los más de 30 estudiantes no le agrada, pues una clase sin bulla para ella no es normal.
A todos, esta vez les tocó adaptarse a esta nueva forma de enseñanza y de vida, algo que tal vez nadie se imaginó a muy corto plazo.
A menos de un mes de permanecer en aislamiento a causa de la pandemia, Gabriela tuvo que tomar una dura decisión, mudarse de la casa de sus padres en donde vivía feliz junto con su esposo y sus dos hijas de tres años y medio y 18 meses para cumplir con su rol como educadora.
No fue fácil, pero necesitaba de una mejor conexión de Internet para impartir sus conocimientos.
Toda su vida cambió. Ahora ella lleva las riendas de su hogar. Se levanta temprano, prepara el desayuno, atiende a las niñas y a las nueve está lista para conectarse.
Al mediodía termina las clases y prepara el almuerzo. Ya en la tarde mientras sus hijas descansan alista las tareas para subirlas a la plataforma.
Cuando las niñas se despiertan les da de comer y juega con ellas. Sabe que el hecho de ser madre conlleva una mayor responsabilidad.
Para ella, lo que sucede en el mundo es una situación complicada y hasta traumática que es difícil de asimilarla, sobre todo, para los niños que solo piensan en por qué están encerrados.
Considera que es necesario orar por un mundo mejor y no solo pedir cuando se está agobiado por una necesidad. Se disgusta cuando la gente pide socorro y luego se olvida, “como si Dios fuese un Dios bombero”.
Así transcurre su jornada en una habitación que ahora se ha convertido en su centro de enseñanza.