En 2004 agentes de la CIA, trabajando en equipo con el servicio de inteligencia británico MI6, capturaron al ex líder rebelde libio Abdelhakim Belhaj y a su mujer embarazada Fátima Boudchar. Tras el secuestro, fueron entregados al gobierno libio que comandaba Muanmar Gaddafi.
En la detención en Libia sufrieron graves torturas. Esta semana, a catorce años de los hechos, el fiscal general del Reino Unido declaró una disculpa formal de la Cámara de los Comunes por la deportación y el trato ofrecido y señaló que el gobierno estaba “profundamente arrepentido”.
La pareja se negó a recibir una compensación económica de medio millón de libras y, en cambio, litigó durante años contra el gobierno británico para obtener estas disculpas. Belhaj afirmó el jueves que su caso debería servir como una advertencia para otros torturadores.
“Mi mensaje es para todos los gobiernos que practican la tortura o que no reconocen los derechos humanos y violan este derecho legítimo. Todos debemos unirnos y alzar nuestras voces, y trabajar para lograr este requisito humanitario, que es [la implementación de] los derechos humanos”, dijo la mujer, que en un artículo publicado el 8 de mayo en el The New York Times bajo el título “Tengo algunas preguntas para Gina Haspel”, le exige a la directora de la CIA que quiere nombrar Donald Trump, dé cuentas sobre su papel en el programa de torturas estadounidense y rinda cuentas por la brutalidad cometida por sus agentes.
En defensa de Haspel, o mejor dicho de la CIA, salió este jueves el exvicepresidente, Dick Cheney, a defender la tortura y aseguró que si dependiera de él, volvería a instaurarla como táctica de interrogatorio.
“Si dependiera de mí, no suspendería esos programas. Los tendría activos y listos para funcionar. Y me pondría a estudiarlos y a aprender”, dijo el político republicano.