La estudiante Clara Jean Ester estaba en el Lorraine Motel el 4 abril de 1968 cuando asesinaron a Martin Luther King, el pastor y líder afrodescendiente que había sacudido el racismo imperante en los Estados Unidos.
Asomado al balcón del hotel de la ciudad de Memphis, uno de los pocos que aceptaba negros, recibió un disparo de un francotirador. En menos de una hora, perdió la vida.
James Earl Ray fue quien había disparado el arma. Declarado racista, ¿trabajó solo? Por más que la justicia norteamericana haya querido explicar el asesinato como un acto de odio, es imposible descartar un crimen instrumentado desde los servicios de inteligencia del país, como había ocurrido con los asesinatos de Marilyn Monroe, John Fitzgerald Kennedy, Malcolm X o Robert Kennedy con muy poco tiempo de diferencia entre unos y otros.
King tenía 39 años al momento de morir y Clara Jean Ester tardó 50 años en atreverse a contar lo que vio ese día. Participaba de la huelga de trabajadores sanitarios e integró grupos de choque que incendiaron algunos comercios de racistas. El 3 de abril participó de un mitin con el legendario líder carismático.
“Había sangre todo alrededor, costaba respirar”, contó la joven universitaria luego de cruzarse en las escaleras del hotel con King ya herido mortalmente. “Me sentí inútil y enojada -continuó-, pero me di cuenta de que ese hombre estaba dispuesto a dar la vida por la no violencia. Así que decidí que haría todo lo posible para hacer al mundo mejor, de modo pacífico”, contó a USA Today.
Desde entonces sirvió a su comunidad a través de una organización que ayudaba a las personas más pobres. “Ese proyectil no se llevó a Martin Luther King de nuestro lado, él sigue viviendo. Puedes matar al soñador, pero nunca matarás el sueño”, concluyó una de las últimas personas en ver todavía con vida a Martin Luther King.
James Earl Ray fue detenido dos meses después en el aeropuerto londinense de Heathrow, donde continuaba con su maratónica huida tras el asesinato del “soñador”.