La renuncia del primer ministro armenio Serzh Sargsián llegó luego de doce días de movilizaciones populares permanentes.
En la mañana del lunes y en la previa del evento conmemorativo por el Genocidio Armenio, Sargsián hizo efectiva la renuncia e hizo público un mensaje en el que decía “Me dirijo a ustedes por última vez como jefe de Estado. Me equivoqué. Ante esta situación existen varias soluciones, pero no quiero emplear ninguna, no es lo mío. Renuncio como líder de nuestro país”. “El movimiento en la calle está en contra de mi mandato. Cumplo con su pedido. Paz, armonía y lógica para nuestro país”, concluyó.
Pero antes se había resistido y había calificado a quienes se manifestaban como “minoría no representativa”. Hizo detener a los líderes del movimiento que exigía su renuncia. El intento por perpetuarse en el poder fue lo que desató la revuelta. Tras dos mandatos como presidente, con mayoría en el parlamento consiguió convertir al país en un régimen parlamentarista y ser elegido primer ministro por los legisladores, cuando terminaba su segundo mandato, tras 10 años como presidente.
La detención de los líderes opositores tras una severa represión el fin de semana pasado, generaron el clima de incertidumbre que decantó la balanza. Sargsián se reunió en prisión con los detenidos para intentar negociar una salida menos drástica, pero la oposición fue inflexible.
Nikol Pashinián, líder emergente de esta destitución tiene en sus manos encarrilar, junto a los otros poderes, un nuevo gobierno con urgencia. Ya que al mismo tiempo recrudece la tensión en Nagorno Karabaj, frontera armenia con Azerbaiyán, donde el país vecino despliega tropas y se teme un enfrentamiento bélico.