En la capital de Brasil tiene lugar el Campamento Tierra Libre, que comenzó ayer y que se extenderá hasta el viernes. De él participan unos 2.500 indígenas llegados de todo el país que buscan unificar las luchas en defensa de los pueblos originarios: la defensa del territorio, del medioambiente y de sus culturas.
Brasil tiene más de 300 etnias diversas que se concentran mayoritariamente en las regiones Norte (37,4 %) y Nordeste (25,5 %).
Un reporte de Mídia Ninja da cuenta que los pueblos indígenas están sufriendo el mayor ataque sistemático en los últimos 30 años, que coincide con el análisis que manifiestan las organizaciones, como el Consejo Indigenista Misionero, del que forma parte Roberto Liebgott, quien considera que el gobierno de Michel Temer es “ostensiblemente anti indígena”.
Desde que se consumó la destitución de Dilma Rousseff se paralizó el proceso de demarcación de territorios originarios y se han permitido las depredaciones y usurpaciones de sus tierras.
Liegbott asegura que Temer se sostiene por el apoyo que le brinda la bancada ruralista, compuesta por agroempresarios o sus representantes. Recordemos que el mismo ministro de Agricultura nombrado por Temer era “el Rey de la Soja” brasileño Blairo Maggi. Incluso la Fundación Nacional del Indio ha quedado en mano de los latifundistas.
La relatora especial de la ONU sobre los derechos de los pueblos indígenas, Victoria Tauli-Corpuz, advirtió en 2016 que la situación era la más grave que habían vivido los autóctonos desde la llegada de la democracia y alertó que “los pueblos indígenas que tratan de proteger sus derechos humanos fundamentales están siendo amenazados, presos, perseguidos y, en las peores situaciones, se vuelven víctimas de ejecuciones extrajudiciales”.
El contexto en el que se realiza este campamento es clarísimo, Brasil requiere urgentemente un gobierno que cuente con los pueblos originarios y no que busque su exterminio.