Por: Andrés Luna Montalvo.
Francisco Palencia marcó el gol con el que Cruz Azul le ganó la final de vuelta al Boca Juniors en La Bombonera hace casi 20 años. Marcelo Delgado, luego jugador del Barcelona, anotó el uno a cero definitivo con el que los argentinos se habían impuesto en la ida, por lo que la Copa Libertadores de América del 2001 se definiría desde el punto penal. Era la primera vez que un club mexicano llegaba al último juego del torneo y ese día, tras la victoria en tiempo regular del Cruz Azul, La Bombonera miró el partido en silencio. Carlos Bianchi le confesaría años más tarde a José Luis Trejo, el DT de los mexicanos, que jamás tuvo una final tan difícil como esa.
Era apenas el cuatro año en que los mexicanos participaban en el torneo insignia de la Conmebol y estuvieron a punto a ganarlo, pese al empeño de los árbitros para que esto no suceda: la semifinal contra Rosario Central o la misma tanda de penales ante Boca Juniors, llevada premeditadamente al arco donde se ubica “La 12”, barra brava mítica de los argentinos, son apenas ejemplos. Ha corrido mucha agua bajo el puente y a la fecha, México, ha jugado dos finales más, luego de la que perdieron “los cementeros” en el 2001: Chivas de Guadalajara no pudo ante el Inter de Porto Alegre en 2010 y el Tigres de Joffre Guerrón cayó ante el mejor River Plate de Marcelo Gallardo en 2015.
Tras cuatro años de ausencia, los mexicanos están a punto de oficializar su retorno a los torneos de la Conmebol, varias condiciones se han acomodado para que en 2022 se configure un torneo que abarque a una de las potencias futbolísticas más importantes que tiene América. La extinción de Fox Sports como amo y señor de las transmisiones de los torneos de Conmebol y el robustecimiento del canal Marca Claro, del multimillonario mexicano Carlos Slim, abren una vía obstaculizada por el duopolio de Televisa y Tv Azteca, empresas televisivas que, al no tener los derechos del evento sudamericano, se encargaron durante 18 años de subestimarlo e invisibilizarlo.
El negocio que representa el retorno de México a las competiciones de Conmebol, además de la Copa Libertadores a la Copa Sudamericana (que sí la ganaron con Pachuca en el 2006), pesa más que las 12 horas de avión que separan a Guadalajara de Santiago o a Monterrey de Buenos Aires. Las distancias no han sido una excusa en la UEFA, tampoco pueden serlo en la Conmebol, pese a que toda la extensión de Europa, continente pequeño, cabe geográficamente en un pedazo de Argentina y Brasil. Tampoco las fechas representan ya una limitante, el campeón y subcampeón mexicano jugarán la Concachampions, del tercero al quinto jugarían la Copa Libertadores y del sexto al octavo se encargarían de la Copa Sudamericana: todos ganan.
México seguirá enviando a su delegado al Mundial de Clubes solo y exclusivamente si gana la Concachampions, pues la Libertadores no le dará ese pasaporte. Pero a diferencia de lo que sucedía hasta el 2016, ahora sí podrán definir la última final en su territorio, pues con la modificación del reglamento para que la final sea una sola en estadio neutral, Ciudad de México sería un destino apetecido por Conmebol para otorgarle la sede de una vuelta olímpica; todo será mejor que jugarla en Madrid, como pasó en 2018 por la violencia desatada de los aficionados argentinos. México se apoya en Sudamérica y Sudamérica se apoya en México, su retorno a nuestros torneos es un ganar-ganar que incentiva el principio básico que mueve a la FIFA y a sus Confederaciones adscritas: hacer más dinero.