Editorial de Radio Pichincha
Nunca antes se había visto tanto despliegue de desfachatez en un presidente, más aún en uno saliente. Ya no solo son las declaraciones altisonantes de que don Guillermo “nos deja un país mejor” o que “la economía queda saneada y en crecimiento”, sino que ahora se condecora a sus ministros, ni siquiera a todos, sino a los más cercanos.
En la práctica no hay un solo ministro o ministra que se merezca un aplauso por algo en concreto. Sino hagamos apuestas y digamos cuál se merecería, por ejemplo, seguir en el cargo en el siguiente gabinete. ¿Apostamos por el ministro Santos Alvite? ¿Alguien podría poner un centavo en competencia? ¿Apostaría usted por el señor Juan Zapata, responsable de la seguridad, que paradójicamente incrementó la inseguridad a niveles de campeonato mundial? ¿Usted pondría su fortuna en una apuesta por el secretario de Seguridad, el señor coronel en servicio pasivo, Fausto Cobo? ¿Qué mérito tiene el empresario de la televisión Sebastián Corral para que alguien apueste un dólar en la gran competencia de los supuestos ministros destacados del peor gobierno de la historia?
Como si fuera una farsa dramática y tragicómica, vemos ahora condecoraciones “a millares surgir”. Don Guillermo, que parecería que perdió la sangre de la cara, les felicita y hasta se regocija de sus colaboradores, que, en otro país, con Asamblea, ya habrían sido destituidos por más de una razón.
Si a esto no se le llama CINISMO, la Academia de la Lengua ya debería inventarse otro adjetivo, algo así como “LASSICINISMO”. Y así como en el buscador Google uno pone la palabra traidor y sale Lenín Moreno, también se debería generar la tendencia del LASSICINISMO.
Y no estamos para bromas cuando la gente se muere en los hospitales porque no hay medicinas, insumos o material quirúrgico para las operaciones de emergencia. O cuando la gente huye del país y prefiere morir en el Darien antes que seguir en la angustia de no tener de qué vivir en su propia patria.
Pero las condecoraciones, además, tienen ese sentido simbólico de la política que jamás entendió don Guillermo. Jamás supo valorar a su propia historia de banquero, porque ahora más que nunca será sinónimo de mediocridad, de ineficiencia y de descaro total.
Algunos dirán que la suerte es que ya se vaya, que quedan pocos días, que mejor se vaya pronto, pero no es así. El daño hecho al país entero, a una generación es de recuperación larga y quizá muy difícil. Pero eso no entenderá ni él ni sus acólitos en la prensa y en ciertos empresarios. Incluso, ya veremos que será la gran plataforma del futuro gobernante para justificar su inacción o incapacidad para resolver de urgencia los problemas más graves de ese triste país, llamado Ecuador. PUNTO