Punto Noticias.- Ashley, Génesis, Cindy, Geraldine, Dayana, Yulimar, Erminia, Isis, Joselyn; son solo algunos nombres de valerosas mujeres que se jugaron todo, al cruzar la frontera en busca de un mejor presente y futuro para sus familias.
Varias organizaciones e instituciones les han dado una mano, como es el caso de la Coordinación de Movilidad Humana del Gobierno de Pichincha, que entre otros servicios, ofrece atención médica, asesoría legal, apoyo psicológico, acogida, capacitación, y más.
De acuerdo al Instituto para las Mujeres en la Migración, decir que la migración femenina es una hecho actual es un error ya que, “en realidad, las mujeres siempre han tomado parte de la migración y aunque en números absolutos se observa un aumento, la proporción de mujeres dentro de los flujos totales se ha mantenido prácticamente constante en las últimas cinco décadas. Lo que ha cambiado en fechas recientes es la atención de los especialistas en la participación femenina, por lo que ahora se cuenta con mayor información sobre las motivaciones de las mujeres para migrar”.
Según cifras de Naciones Unidas, desde hace más de 40 años, la participación de mujeres en la migración ha sido tan numerosa como la de los hombres: en 1960, 35 millones (47%) de los migrantes internacionales eran mujeres. Entre 2000 y 2015, el número de migrantes internacionales aumentó en un 41% y alcanzó los 244 millones. Casi la mitad son mujeres.
Por otra parte, las personas migrantes, y en especial las mujeres migrantes, tienen índices de participación en la fuerza laboral (72,7 por ciento) más elevados que las personas no migrantes (63,9 por ciento).
Muchas veces –entre broma y en serio- se dice que las mujeres son capaces de realizar dos o tres tareas a la vez. En realidad, los roles impuestos por la sociedad han convertido a la mujer en un ser polifacético. Los papeles de madre, esposa, jefa de hogar, ama de casa, trabajadora, enfermera y, en algunos casos, hasta “chofer” de sus hijos, las deja exhaustas; sin embargo y, paradójicamente, aquello que las agota –al parecer- les da mayor fortaleza.
Muchas mujeres migrantes han tenido que dejar a sus hijos y emprender la lucha cargadas de nostalgia y con la esperanza de la reunificación. Ese es el caso de Carmen Gómez, de 39 años, madre de un adolescente. En su natal Zulia (Venezuela) obtuvo el título en ingeniería informática y trabajaba en una compañía de telefonía móvil.
Sin embargo, hoy, Carmen, junto a su prima Rusmary Hernández, de 30 años, madre de dos niñas, se dedican a vender arepas. Antes que salga el sol, ellas ya están en pie. “Preparamos la masa, el guiso y la salsa. Las hacemos de pollo, de carne, de pollo con huevo y también de carne con salchicha. Empezamos con 8 arepas, ahora vendemos hasta 25 al día”, manifiesta Rusmary.
Desde el casco histórico de Quito caminan hacia la Plaza de la República -frente al Consejo Provincial de Pichincha- donde ofertan las arepas con café, a un dólar. Sin embargo, este no es el primer trabajo que Carmen realiza en la calle. “Estuve un tiempo en Guayaquil, allí me dediqué a vender refrescos en los semáforos. No fue nada fácil pero tenía que hacerlo, de lo contrario no comía”.
La lucha de estas mujeres se duplica al enfrentarse a una realidad distinta a la de su país. Pero, “no tengan miedo en tomar riesgos –sugiere Carmen-. ¡Mujeres! No se detengan, sigan adelante porque nosotras siempre tenemos un motivo para luchar y no se dejen vencer por el miedo”.
Información: Baby Bustamante Bustamante