El testimonio de una de las conscriptas, que tuvo que dejar su sueño y ahora enfrenta las secuelas de la violencia que vivió en manos de sus superiores en la III División del Ejército Tarqui, en Cuenca.
Emilia (nombre protegido) es una joven riobambeña, que asegura haber sido obligada a abandonar su sueño de ser oficial de El Ejército, después de que la violaran sus propios compañeros. Compartió su testimonio porque quiere que se comprenda mejor lo que supone vivir en un país, en donde a las instituciones militares y policiales les importa más conservar su “prestigio” que hacer justicia.
Contacté a Emilia, quedamos en hablar la noche de ayer, ya que en la tarde tenía previsto visitar a su abuelita. A eso de las 22:00, finalmente logré contactarla y hablamos durante tres horas, es decir hasta la madrugada de hoy. Fue una entrevista particular, quizá la joven más que nada quería desahogarse.
Durante cada minuto de esa conversación, Emilia me reveló los horrores que vivió durante los casi ocho meses que estuvo en el servicio militar en la Brigada de Artillería 27 Portete.
Emilia relató que fue violada en dos ocasiones por miembros de esta institución militar con rangos superiores al suyo, ella era conscripta. Desconoce cuántos fueron o si varios al mismo tiempo la vulneraron, ya que en las dos ocasiones, explica, fue drogada por una la subteniente. Ella habría sido quien conseguía que las conscriptas tuvieran permiso para salir de la institución; coordinaba los lugares de encuentro y las bebidas alcohólicas, en las que, presume, depositaron las sustancias que hicieron que perdiera el conocimiento.
Su pesadilla, cuenta, comenzó el 27 de agosto de 2022, cuando ingresó con la ilusión de cumplir con el servicio militar. Su sueño era graduarse como conscripta y posteriormente como soldado del Ejército. Para ello se trasladó a Cuenca desde su natal ciudad, a donde ha vuelto, bajo la constante amenaza de que “si habla la matarán” o simplemente “nadie le creerá”.
Emilia ingresó a la institución a los 18 años, era la primera vez que salía tan lejos de su casa, la primera vez que se alejaba de sus padres por tanto tiempo. La primera ocasión que abusaron de ella fue durante un programa que se realizó en la brigada, el 16 de diciembre de 2022, un día antes de salir a disfrutar de las vacaciones de Navidad.
La subteniente Revelo, recuerda, ingresó al dormitorio de las conscriptos y le dio un vaso con agua. Ella de repente se sintió muy alegre, solo quería reírse y como a las 24:00, le dispuso que saliera, la subió en un carro plomo, en donde continuaron bebiendo. Llegaron a una discoteca. En ese lugar la subteniente con la cabo Ordoñez y una soldado Torres le dieron otro vaso con licor.
Es lo último que recuerda, dice, ya que perdió el conocimiento, y cuando despertó, estaba desnuda en la cama de una habitación, que no era en el cuartel. No podía ni caminar porque le dolían sus partes íntimas, observó que estaba sangrando y empezó a llorar. De inmediato le pidieron que haga silencio y retornaron a la brigada.
Emilia contó cada detalle de lo que sucedió al día siguiente, cómo compraron pastillas para controlar su dolor, mientras varias compañeras le exigían que no “fuera de sapa” con los superiores, incluso la obligaron a firmar el comprobante de retiro de una funda de caramelos para que “nadie sospeche”.
La segunda vez que abusaron de ella fue el 6 de marzo de 2023, lo hicieron llevándola con engaños hasta un hostal en Cuenca, junto con otras conscriptas que sí habrían ido por su propia voluntad. En este lugar, detalla, también la drogaron.
Le preguntó a la subteniente Revelo, ¿por qué tenía que entrar a ese hotel? Ella le respondió que en ese lugar nadie las vería, y que sería más seguro. Emilia cuenta que sintió miedo, pero recuerda la voz de su autoridad, que le dijo: ya estás aquí, entra y no mires atrás. Todos estaban tomando, pero ella tenía miedo de que le hicieran lo mismo que el 16 diciembre.
Por ello no les aceptaba bebidas, pero la subteniente Revelo, según Emilia, le dijo que no le pasaría nada, que beba. La joven que dejó su sueño de ser militar asegura que logró cambiar el vaso de licor y hacer que la misma subteniente se lo tome.
«Ella empezó a bailar y a reírse de manera exagerada. Pero luego me dieron un sorbo de switch y también reí y lloré. Revelo y el subteniente Martínez me llevaron a un cuarto (…) pensé que me harían lo mismo y, al verme en peligro lo único que pensé fue en llamar a la subteniente Toledo (ella también denunció haber sido víctima de violación)».
Emilia sostiene que estaba segura de que la subteniente Toledo podía ayudarla. Le envió audios de WhatsApp señalando que iban a hacerle daño, y logró enviarle la ubicación del lugar. Lo último que recuerda fue que el subteniente Martínez le sacaba la ropa.
«Yo no podía impedirlo porque no controlaba mi cuerpo, luego entre sueños recuerdo que me quejaba del dolor de mis partes íntimas”, dice Emilia.
La subteniente Toledo, la única aliada que tuvo, llegó a rescatarla y la regresó a las instalaciones de la institución militar. Emilia cayó profundamente dormida. A la mañana siguiente, los dolores en todo el cuerpo y una hemorragia vaginal le confirmaron que no había sido una pesadilla.
En las horas que pasó despierta en la cama, Emilia se reafirmó en lo que desde el día anterior era ya una convicción: trataría de sobrellevar esto sola, tenía miedo, sentía vergüenza. No hablaría.
Días después decidió a presentar la denuncia en Fiscalía, sucedió después de que las lesiones en su cuerpo se intensificaran, provocándole la perdida de movilidad en una pierna debido a una herida en la ingle. Es inimaginable lo que vivió, algo tan atroz que trata de sacar de su propia memoria.
“Tengo secuelas de la violación, me duele la ingle al caminar, no puedo dormir, tengo pesadillas por las noches, lloro cada vez que recuerdo lo que me pasó. Confié en ellos porque son militares y pensé que estaría protegida junto a ellos. Hoy me pregunto, si al drogarme solo me violó uno o cuántos más lo hicieron para lastimarme tanto”, dice.
Su vida ha cambiado desde la violación. Emilia jamás tuvo una defensa justa, la defendió uno de los propios miembros de la institución, quien le insistía en que retire la demanda y acepte el dinero, repitiéndole que no le conviene que se haga público este suceso porque algún día se casará y “nadie se casaría con una mujer que fue violada”.
Al escuchar a Emilia, en muchos aspectos parece una niña, una niña a la que violaron no menos de 6 militares durante más de cuatro horas horas. Sin embargo tuvo que callar. Nadie lo diría si la viera queriendo aguantar las lágrimas incluso autoconvenciéndose de que quizás “exageró”.
Los nombres de la mayoría de las personas que aparecen en este relato se han modificado para proteger su vida; también algunos lugares y otros detalles que podrían resultar comprometedores.
Tal vez le puede interesar:
Denuncia por violación y una presunta red de corrupción, en un batallón del Ejército en Cuenca